sábado, 11 de septiembre de 2004

Un paseo por el campo de la provincia de Buenos Aires: Luján, San Antonio de Areco, Zárate, Capilla del Señor.

Un día frío, con un sol que no alcanza a calentar pero que viene entusiasmando al verde de todas las cosas que empiezan a verdear. Hasta florecen ateridos los ciruelos, algún manznao tempranero, las coronas de novia. Y, empezando a verdear, se encuentran de buenas a primeras con estos días de viento frío y con madrugadas de escarcha y de heladas. Es invierno, después de todo.

Al final de la tarde, ya volviendo al pago, di un rodeo por caminos de tierra y visité a un amigo que vive en medio del campo.

Me regaló su último libro publicado: Fe y Cultura. Una aproximación histórica al problema. Conocía desde hace años el texto porque dimos juntos un curso y esa fue su parte. Muy buen trabajo. Leyó bien la patrística, de la que es devoto. Y leyó más cosas. Y al parecer las digirió.

Repasando el libro, ya en casa, encontré varias citas en distintos capítulos que hilvano ahora porque ponen a contraluz un tema siempre difícil: la belleza.

Y otros asuntos, vecinos del mismo problema: ¿cuánta cultura necesita un santo?; si se tiene fe, ¿para qué hace falta saber cosas de este mundo (si es que acaso hay verdaderamente algo que sea sólo de este mundo)? Y más pregunta de ésas...

El día de frío soleado, la primavera agazapada. Me parece que es la misma cosa.

Primavera del cielo, llama Leopoldo Marechal al Cielo. Pero los hombres no estamos en la primavera todavía. Por más sol que haya en este invierno, por más verdor que se nos muestre en las cosas.

La belleza, el mundo, la sabiduría de este mundo y otra mayor, se mezclan en este invierno de este tiempo de mundo que vivimos y se nos hace la ilusión a veces de que ya estamos en primavera. En la primavera de otro mundo. O en la de éste.

Y sin embargo, todo lo que ha de crecer y fructificar, ya empieza a verdear. Pero todavía es invierno. Pero ya verdea.
ver
"La belleza que es el objeto del arte, tiene que ver con la Verdad y con el Bien ontológicos, que son dos nombres de Dios; y cuya búsqueda no es peligrosa, al contrario; pero la Belleza es el resplandor desos trascendentales, a través o por medio de las cosas sensibles; y el hombre está demasiado apegado a lo sensible, y sus sentidos están desordenados: "concupiscencia" llaman los teólogos no solamente al desequilibrio más notorio con respecto a la lujuria, sino con respecto a todas las cosas creadas, incluido el propio "YO"."

Leonardo Castellani, Doce parábolas cimarrronas

"El arte tiene una ventana abierta al infinito y en su mesa el resabio del paraíso terrestre; y por eso es grande y a la vez peligroso. En su casa es donde Dios y el diablo libran las más hondas batallas. Santa Catalina de Siena, prendada por el de su tiempo, lo estimó ministro de la contemplación; León Bloy, furioso por la corrupción del nuestro, lo creyó un parásito de la antigua serpiente."

Leonardo Castellani, Arte y Escolástica, Criterio, 1931

"Si es virtud propia del árbol cargarse de frutos de estación, no obsta que se produzca el adorno de las hojas que se agitan en las ramas; así también para el alma el fruto esencial es la Verdad, y sin embargo, no es nada desagradable que se revista de sapiencia profana como de hojas que ofrecen reparo al fruto y lo adornan convenientemente."

San Basilio, Discurso a los jóvenes, capítulo III, 2

"El gusto inmoderado por la forma conduce a desórdenes monstruosos nunca vistos. Absorbidas por la pasión feroz de lo bello, de lo gracioso, de lo bonito, de lo pintoresco, pues hay grados, las nociones de lo verdadero y de lo justo desaparecen. La pasión frenética por el arte es un cáncer que todo lo devora; y, como la ausencia neta de lo justo y lo verdadero en arte equivale a la ausencia del arte, he aquí que el hombre entero se hace humo."

Charles Baudelaire, El arte romántico

"Una carencia de cultura llena de santidad sólo es útil para el mismo santo. Si éste quiere ejercer influencia profunda sobre los demás le será necesaria una santidad cultivada y docta."

San Jerónimo, Epístola 52 a Paulino.


Y sí, se ve que hay que pensar en esto. Un viaje por el campo, a fines del invierno, sirve.

Pero no alcanza.