domingo, 4 de mayo de 2008

La insoportable gravedad del ser

Con tono recogido y creo que cachazudo, la animadora apostólica o guía litúrgica, nos advirtió al comienzo de la misa que el cielo no era un lugar sino un estado. Daba la impresión de que se preocupaba por nuestras creencias tribales y por nuestras astronomías espirituales.

También daba la impresión de que ella sabía que los Reyes Magos no son los que traen los regalos el 6 de enero, ni sus camellos los que comen el pasto y se toman el agua, y que, por más que el tracto fuera desilusionante, se sentía en la obligación de participarnos la dolorosa pero necesaria noticia.

De modo que, hermanos, el cielo no es un lugar. Muy bien.

Después vino la homilía. El sacerdote sabía sus latines y sabía sus sanjuanesdelacruz. Por varios signos (la música, el guión litúrgico, incluso), podía esperarse algo más duro, comprometido, "político"; pero, no. Transitó con holgura la veta teológica y toda la oratio se iba encaminando hacia la naturaleza y el significado de la Ascensión.

Sin embargo.

Una hebra por aquí, una brizna por allá, lograron que, sin que perdiera el sentido inicial, estuviera diciendo dos cosas a la vez. Un logro retórico que ya es para agradecer, aunque más no fuera por la destreza racional que supone, y la habilidad verbal, además.

No tengo por qué aburrir a nadie con los detalles, pero si me preguntaran diría que en realidad nunca salimos del mundo. De este mundo, incluso con la consideración central de los espacios espirituales, celestes y todo como sonaban. Y, más precisamente, creo que estuvimos todo el tiempo sumergidos en la difícil cuestión de cuánto se juega en la consideración de lo espacial y material y corpóreo. Lo quisiera o no quien hablaba, lo supiera o no el que escuchaba.

Lo cierto es que el orador sacro llegó a un punto en el que correspondía formular la teleología de los movimientos crísticos. No es para preocuparse: digo exactamente lo que quiero decir y no lo estoy remedando. Teleología significa la consideración de los fines, de su sentido. Con movimientos crísticos quiero decir que con agudeza el orador entendió que la estructura del sermón debía enhebrase a partir de subidas, bajadas y demás traslaciones de Jesús. Especialmente las que son un hito y de las que, bien dijo: las vemos como partes solamente porque eso nos ayuda a contemplar el Misterio, pero Navidad, Pasión y Muerte, Resurrección, Ascensión, Pentecostés, son una sola cosa. Y así lo explicó y lo hizo con destreza.

Salvo por la dichosa teleología. Allí mostró que su homilía nadaba en dos aguas. Al tiempo que devanaba el sentido celeste de los signos terrestres, establecía un sentido inmanente para la acción redentora. La expresión "redimir esta historia" aplicada a la finalidad de la Redención, tiene, en comprensión benévola, un sentido admisible. Pero decir que allí se juega el partido, que es el puerto final, que es lo que realmente hay que establecer, bajando el Cielo a la tierra, y que a eso vino -para eso "bajó" Jesús del Cielo- ya es un poco audaz, además de inexacto. Por lo menos, inexacto.

Volví a casa rodeado de la noche más que fresca.

Me preguntaba entonces si había o no una contradicción entre la admonición inicial (el Cielo es un estado, no un lugar) y la hermenéutica esmerada y pulida del sacerdote, que más bien le daba la razón al apóstol que preguntó si era ahora -al pie del Cielo, segundos antes de la Ascensión- cuando Jesús iba a restaurar el reino de Israel. Me preguntaba si el supuesto espiritualismo del comienzo guionado no mostraba una cara historicista en el final homilético. Me preguntaba además cómo resolvería la animadora entusiasta la mismísima resurrección de la carne de Jesús y de todos, y cómo lo resolvería el propio celebrante.

"No es un lugar", entonces y así dicho sin más como una especie de iconoclasia, era al menos liviano. Será tal vez conveniente que el Cielo sea un estado, sin mayores precisiones, y no un lugar, sin mayores precisiones. Porque de ese modo la situación Cielo se vuelve plástica, aplicable, fungible. Acaso sea también algo maniqueo sin saber, por una especie de larvado desprecio de hecho a lo corpóreo. Al fin de cuentas, y por lo pronto, no es invento humano la Encarnación, la Pasión, la Resurrección y la Ascención en cuerpo resucitado a los Cielos. No sé cómo me acordé, entonces, de que en la Capilla de la Ascensión, en el Monte de los Olivos de Jerusalén, había una piedra enmarcada en el suelo, con las que una piadosa tradición dice que es la última huella del pie de Jesús, precisamente impresa antes de iniciar la Ascensión. Verdad o no, el hecho es que muestra inequívoca confianza y una fe práctica en la resurrección de la carne...

Pero había otra cosa en la homilía que marchaba pareja con lo demás. El sacerdote machacaba sutilmente una y otra vez con las alturas del Cielo. Una y otra vez el orador se creía obligado a desalentar las imaginaciones espaciales de arribas y abajos.

Tuvo la oportunidad de esquivar la típica mención culturalista de la consideración de los espacios espirituales, que por supuesto en esa perspectiva son como míticos y de ningún modo tienen arriba y abajo, ni lugar, ni nada, y así... La tuvo, sí. Pero se ve que no quiso esquivarla y por enésima vez un predicador se sacó de encima un asunto peliagudo echándole la culpa a Dios, en definitiva y sin decirlo, porque en las palabras lo que se dice es que es en razón de la cortedad de nuestro lenguaje y la brutez del estadio cultural histórico y la falta de progreso y civilización, que no hay más remedio que mostrar las cosas al modo humano... Verdades a medias, en todo caso, porque es como ponerle nombre a una cosa que no sabemos qué es.

Ay.

Qué petulancia tan humana, tan madura, tan superada, la de negarle a Dios la iniciativa y hacerlo un mero copista, un mimo poco creativo que no tiene más remedio que imitar al hombre. Ay también esa petulancia tan teológica de considerar al hombre con fuerzas propias suficientes para darle sentido -no encontrarle, sino darle sentido...- a lo que Dios dice y hace.

Así la cosa, al mismo tiempo que el sacerdote empujaba a la imaginación para que renunciara al espacio vertical, la conducía mansamente para que se deslizara segura y plácida por el espacio horizontal: el espacio del tiempo de la historia, trazado además como una línea sin fin a la que ni siquiera se le ofrecía una transmutación, la posibilidad de adquirir nueva consistencia redimida, tras la muerte pero más claramente tras la Resurrección. Porque si en las palabras había transmutación de alguna especie, la que proponían era la transmutación de esta historia nuestra temporal y en el espacio de este mundo terreno, historia redimida y por ello mismo transmutada en justicia y fraternidad.

Cuántas cosas dijo sin decir. Y cuántas dijo diciéndolas. Y cuántas cosas me vi obligado a pensar a propósito de lo que no dijo. Y de lo que dijo. Cuántas cosas tuve que asociar siguiéndole fiel y justamente el hilo de las palabras y de las proposiciones espirituales que las palabras no sólo sugerían. Cuántas cosas parece que se explican así considerados el arriba, el abajo, los "lugares", el Cielo, la tierra, el sentido del descenso redentor y el significado de la Ascensión redentora; cuántas cosas se entienden oyendo la argumentación completa, que va desde las desanimantes palabras de la animadora, hasta las palabras celestes de la homilía terrestre.

Voy a retomar en otro momento este episodio azaroso, siquiera para hacer una enumeración de los asuntos que vi contenidos allí, como un apunte siquiera.

Ya dije, en lo que venía diciendo y que tal vez he de continuar, que el Padre Nuestro ayuda a entender la política de los hombres. Aquí hay otro ejemplo de lo mismo, creo.

Sería fácil -y bochornosamente demagógico- decir que el virus de la inmanencia ataca sola o preferentemente al progresismo teológico y aun al progresismo político o al cultural.

Sería fácil, sí.

Pero para decir eso tendría, para empezar, que poner cara de que no sé que fue un apóstol el que le preguntó a Jesús -insisto: un apóstol, uno de "los del palo", y justo antes de verlo ascender hacia arriba, al Cielo-: Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el reino de Israel?