Presencia
Esta carne mortal que cada día
Se desmorona de su arquitectura,
Este dolido corazón que apura
Gota a gota su cáliz de agonía,
Este temor de amarte, esta armonía
De callar y callar, esta ternura
De saberte mujer y criatura
Y renunciarte y esconderte mía,
Todo me dio el Amor; la paz, la gloria,
El Sol, las flores y la compañera
Presencia de tu piel y tu memoria;
Todo: la luz, la lluvia, y de repente
Tu voz y tu silencio y tu manera
De sonreír y de quedarte ausente.
No me quieras nunca
No me quieras nunca
Como te he querido.
Mira que es muy triste
Llorar sin motivo
Y esperar el sueño,
Remoto y contigo,
Y al final de todo
Darlo por perdido.
Mira que es muy triste
Decirte al oído:
No me quieras nunca
Como te he querido.
Quizá todo ocurriera el mismo día
Callar y más callar y, desvelado,
Recordar lo que he sido y que no he sido:
Lo que quise soñar medio dormido
Para que fuera así medio soñado.
Rescatar lo olvidado y no olvidado
Y jugar al recuerdo y al olvido
Y cortar una flor como al descuido
O como si estuviera enamorado.
Todo es igual. Quizá la misma cosa
Dicha con un lenguaje diferente
Que saben sólo el pájaro y la rosa.
Quizá todo ocurriera el mismo día:
El ayer y el mañana y el presente,
La esperanza, el laurel y la agonía.
Tres poemas (entiendo que por amor) de Ignacio Braulio Anzoátegui (1905-1978).