martes, 2 de julio de 2013

Meiga

Eu non creo nas meigas,
mais habelas, hainas

Dicho de Galicia


Una llovizna de plata
que cae del cielo frío;
y entre la niebla del bosque
un ruiseñor desvaído
tirita sus penas dulces
con unos húmedos trinos.
Iba de asunto en asunto
y de camino en camino;
iba buscando reparo,
comida, fuego y abrigo;
iba oyendo los compases
del corazón, los latidos
que a veces laten tristezas
que siempre vienen conmigo.
La sierra se hunde en la vega
de un arroyo adormecido
y por allí van mis pasos
y el corazón afligido.
Sobre una piedra sentada,
el blanco de su vestido
ponía a la tarde gris
un aire de regocijo.
La vi mirar hacia el bosque
del que salgo peregrino;
la vi mirarme a los ojos
y acariciar unos lirios;
la vi seguir adelante
hasta un claro seco y tibio,
entre unos cedros añosos
y algunos robles rojizos.
Vi que era Dama de castro.
Lo supe por su vestido,
y por su modo de hablarme
de cosas de mi destino
con esa voz melodiosa
que consuela como un filtro.
¿Cuánto tiempo habré pasado
en su silencio benigno?
Dejé la vega y el claro,
atrás quedaron los lirios,
y en el aire alborotaba
un perfume de tomillo.
Mientras andaba el arroyo
entreverado en jacintos,
vi las huellas de la Dama
como un manto de rocío
perderse en el bosque adentro
por un sendero escondido.