domingo, 28 de julio de 2013

No volveré (III)

Lo cito otra vez: ¿Y si Roma no estuviera ya en Roma? 

Tal vez habría que repasarlo para ver el contexto preciso en el que están estos párrafos, que son los que más me interesan.
El profesor francés Rémi Brague, en su libro Europa. La vía romana, publicado en 1992, considera que el rasgo definitorio de Europa es la romanidad, la latinidad. Europa se distingue de lo que no es ella por el carácter «latino» o «romano» de su relación con las fuentes de las que bebe. Europa no es sólo griega ni sólo hebraica; es también decididamente romana. Atenas y Jerusalén, sin duda. Pero también, y decisivamente, Roma. «Pretendo, más radicalmente, que nosotros no somos ni podemos ser griegos y judíos más que porque primero somos romanos ». La actitud romana consiste en que, más que inventar, conserva y renueva lo antiguo. «Ser “romano” es tener, aguas arriba de sí, un clasicismo que imitar y, aguas abajo, una barbarie que someter». Roma es un esfuerzo por remontarse a un pasado que nunca ha sido el suyo. Por eso no sería imposible que Roma no estuviera ya en Roma sino en cualquier otro lugar en el que se mantenga esa relación romana con la tradición. Así, podría ser que algunos «no europeos», adoptando la actitud romana, lleguen algún día a ser más europeos que los que se creen ya serlo. Y concluye con una tesis sutil: el cristianismo es más la forma que el contenido de la cultura europea. Y por eso los esfuerzos a favor de él no tienen nada de partidario o interesado. Defender el cristianismo es defender el conjunto de la cultura europea, su forma esencial y radical.

En definitiva, si el cristianismo es la religión del logos, la tesis de Leo Strauss podría ser superada, ya que su validez sólo afectaría al conflicto entre el judaísmo y la filosofía, pero Europa es algo más que ese conflicto; es romana. No tiene por qué haber incompatibilidad entre una actitud de amor obediente y la búsqueda personal de la verdad. Incluso acaso sean la misma cosa. Quizá entonces sólo la vía romana permitiría a ese gigante ciego que es el hombre moderno recuperar la visión, la luz, la claridad, la verdad.

Y de estos párrafos me interesa particularmente la noción de Roma, la de cristianismo y la de forma.

Es verdad que en párrafos anteriores está, como supuesto, un concepto de Biblia que interesa, especialmente porque aparece disociado de cristianismo y asociado parece que excluyentemente a judaísmo. Así, aceptando la dicotomía y oposición entre lo helénico (filosófico) y lo judaico (bíblico), Roma (asociada ahora al cristianismo) aparece postulada como el estadio cultural superador de esa dicotomía.

Si alguno preguntara mi opinión acerca del artículo, diría que no creo que sea ni la primera ni la última palabra sobre estos asuntos. Y no me ocupo se él porque sea un texto conclusivo o liminar. Creo sí que supone una visión de la historia con la que no estoy de acuerdo. Como creo, por ejemplo, que hay en este ensayo cierta liviandad -al menos metahistórica- en la consideración del sentido y el valor del judaísmo y de Grecia.

¿Y el cristianismo? Allí está la cuestión. ¿Qué significa exactamente que es la forma? ¿Qué quiere decir que es "más la forma que el contenido de la cultura europea" y, a la vez, "su forma esencial y radical"?
...es más la forma que el contenido de la cultura europea. Y por eso los esfuerzos a favor de él no tienen nada de partidario o interesado. Defender el cristianismo es defender el conjunto de la cultura europea, su forma esencial y radical.
¿Qué hay que defender? ¿Quién se beneficia con esa defensa? ¿Europa? ¿El cristianismo?

Insisto: en esta formulación, y en principio y a como lo entiendo, no suscribo ni lo que se dice de Roma, ni lo que se dice del cristianismo y, por lo mismo, no puedo acordar con la visión de la historia consecuente. Y admito que podría tratarse de una redacción poco feliz o algo ligera, falta de algunas precisiones y distinciones.

Ahora bien, si el artículo dice lo que dice, la secuela de este asunto se me hace importante.

Hay que pensarlo, claro.

Pero podría ser que, aceptando el planteo tal como aparece allí y según lo entiendo, Roma se transformara en una instancia histórica -y cultural, más que nada- que reemplazara al cristianismo. Incluso, especial y precisamente, si Roma no estuviera ya en Roma, entendiendo por Roma un temperamento histórico, un talante cultural e incluso una tradición o un modo de tradición.

Y es necesario revisar esto porque resulta que, definitivamente, el cristianismo no sólo es más sino que es una cosa distinta de Grecia, del judaísmo, de Roma y de Europa.

De modo que, y en un sentido bastante agónico, dónde esté Roma (como dónde esté el judaismo, Grecia o Europa) resulta al final -y en el final- más bien irrelevante.

Un entendimiento u otro de esta cuestión, importa un entendimiento u otro de la historia. Cosa que a un cristiano le interesa porque -más allá de cualquier geografía espiritual y cultural- su fe, pero especialmente su esperanza sobrenatural -que es aquella virtud con la que sostiene su paso por este mundo- no solamente supone sino que también alienta y promueve un entendimiento determinado de cómo son las cosas en este mundo.