miércoles, 20 de diciembre de 2023

¿Quién, cómo y por qué juzgará al nacionalismo católico argentino?




Hace unos días, Antonio Caponnetto difundió virtualmente un escrito público por el cual me enteré de que amanecía una disputa en torno al nacionalismo católico argentino. Al parecer, todo empieza por una nota que le hicieron a Rubén Peretó Rivas sobre las recientes elecciones y especialmente por los comentarios que sucitó la entrevista cuando se publicó en su propia página. Siguió el asunto más tarde con una entrada posterior –Apuntes sobre el Nacionalismo Católico argentino–, firmada con un seudónimo, que también publicó Rubén Peretó en la página que administra, para continuar una especie de debate sobre el asunto.

No soy interlocutor de ninguna de las partes en esta refriega. Tampoco el nacionalismo católico argentino ni Antonio Caponnetto están necesitados de mi intervención ni de mi dictamen en la cuestión. Por eso mismo, no voy a hacer juicios sobre el tema de fondo, si es que el tema realmente es el nacionalismo católico argentino y su naturaleza y acciones. Sólo enumero algunas cuestiones que creo metodológicas. Y esto por las razones que diré:

1. En el Paradiso de su Commedia (XI-XII), en un rasgo que se me hace finamente humorístico, Dante Alighieri pone en boca del dominico santo Tomás de Aquino el elogio a san Francisco de Asís mientras, en el canto siguiente, es el franciscano san Buenaventura quien hace el elogio de santo Domingo de Guzmán. Dante no desconocía las fricciones que había entre ambas órdenes mendicantes, de modo que hay que entender el gesto como una propuesta programática, y entiendo que lo hacía en beneficio de la Iglesia, toda vez que él mismo había recibido de ambas órdenes grandes beneficios, doctrinales y espirituales, aparte la cuestión de si tomó a su modo lo que aprendió.

2. Remedando en algo ese molde dantesco, y habiendo leído los dos textos principales del barullo, 
de haber sido posible, habría preferido leer un panegírico leal detallando las virtudes del nacionalismo católico argentino por parte del seudónimo y, a su vez, un señalamiento agudo de las deficiencias del nacionalismo católico argentino por parte de Antonio Caponnetto. Con eso, al menos dos cosas buenas habrían quedado explícitas, además de confirmar la buena fe de los contendientes, con gran beneficio para los lectores: por un lado, el seudónimo habría dado fe de que conoce lo suficientemente bien al nacionalismo católico argentino como para señalar sus virtudes, aportes y aciertos, que los tiene y no son pocos; por otro lado, Antonio Caponnetto habría dado prueba de que conoce lo suficientemente bien al nacionalismo católico argentino como para señalar sus taras, deficiencias y errores, que tampoco son dos o tres nomás. Alguno podrá decir que ambos escritores conocen acabadamente el tema en disputa. En uno de los casos no me consta, pero, si es así, esa es suficiente razón para aprovechar un intercambio como el que digo. Pero algún otro podrá decir que es una ingenuidad de mi parte siquiera pensar que eso es posible. Y a quien lo diga le daré la razón, pero sólo porque en una disputa puramente agonal, la entera verdad sobre el asunto no es la invitada principal y el lugar de honor en la mesa lo ocupa la posición de cada contendiente, como que su suerte personal (o de su facción) está en juego en esa agonalidad, y esto por el compromiso íntimo que cada cual tiene con lo que piensa y sostiene. Cosas de la disputa agonal. Pero ¿es este enfrentamiento pura agonalidad? Y si es eso, ¿debe serlo? ¿No admite otro tratamiento más celoso de lo que las cosas son, todo ellas y por completo? Estoy convencido de que ese examen y esa revisión del nacionalismo católico argentino no solamente son posibles sino que se me hace que es necesario hacerlos. No estoy tan convencido, para decirlo rápido, de que haya entre los que saben quien tenga ganas de encararlo hoy por hoy. Y creo que las razones son siempre partisanas. Y quien se perjudica con eso es el argentino común y corriente, por supuesto, que irá a participar de una batalla cultural y política a medio vestir.

3. Quiero advertir que lo que voy a decir en este punto es una preferencia personal, en principio. Aunque no del todo: porque también creo que es lo que debe ser, si el tema se considera seriamente. Cuando alguien se dispone a hacer juicios de valor sobre una concepción determinada, desgranando un elenco de taras y defectos que califica como graves y peligrosos; cuando no sólo refiere detalles accidentales sino que apunta a la naturaleza misma de una concepción, una convicción o de una posición para invalidarla in toto, mientras pone en confronto otras posiciones o ideas a las que favorece porque no merecen a su juicio esos calificativos y defenestraciones, en mi opinión debe respaldar con su propia persona sus afirmaciones. "Poroto" Urquiza, un periodista anciano y simpático que me presentó hace muchos años Juan Luis Gallardo, me contó que en el viejo edificio del Diario La Prensa, donde escribía, junto a la redacción había una sala de esgrima. La razón de la pedana era que cualquier miembro de esa redacción –si era requerido– debía estar dispuesto a sostener con estoque, sable o espada, lo que había publicado con su pluma en las páginas del diario. Otras épocas, claro y puede sonar rocambolesco, y no sé si es verdad aunque por otros testimonios similares supongo que así era. No pido tanto. Simplemente preferiría que, quien va a referirse a conductas y convicciones de personas concretas y determinadas que pueden sentirse aludidas y hasta ofendidas por sus dichos en tono agonal, y que sabe y debería saber que así será aunque no las mencione con nombre y apellido, más aún cuando sus dicterios pueden ser incompletos o ser caricaturescos o son deformaciones por omisión, podría suplir el coraje de empuñar una espada con el coraje de estampar su firma con su nombre real. Bastante menos que una espada, en un sentido; pero bastante más en otro más importante. Especialmente si el seudónimo afirma que: "yo creo que si hay algo importante para decir y se dice correctamente y con ánimo de veracidad, pues hay que decirlo, con todos los riesgos que eso implica (el errar, el herir susceptibilidades, el ganarse el desprecio, etc.)". Cosa con la que estoy de acuerdo, aunque apuntaría que el primer riesgo  a afrontar es que sepamos quién se hace cargo del libelo. En cuanto a ese riesgo, el primero en orden de aparición, Caponnetto lleva alguna ventaja, porque aunque no esté de acuerdo en todo, o en nada, quien lea sus escritos sabe quién es Antonio Caponnetto, o puede saberlo si es que no lo sabe, sabe cuál es la razón y el origen de sus ideas y su adhesión a ellas a lo largo de los decenios, de modo que quien tenga algo que decir al respecto –más aún si lo hace públicamente– sabe a quién dirigirse, sabe que no es un fantasma, que tiene un nombre y que al poner su nombre está dispuesto a ir a la pedana, dicho metafóricamente, cuando se lo requieran. En fin, que –acertado o no– pone su propio pecho para decirlo.

4. Por último, después de leer lo que había que leer (sin haberme distraído con los comentarios), me pregunto cuál pudo haber sido el motivo del brulote contra el nacionalismo católico argentino (y creo que es un brulote hasta donde mi oficio me permite juzgar un escrito cuando lo leo), sacado así con esa virulencia tajante como de la nada (traído de quién sabe cuándo y por qué, al menos que yo sepa). Y me pregunto por qué ahora, cuando el nacionalismo católico argentino no pesa en la balanza que pesa los poderes de este mundo en el país, ni representa una corriente masiva determinante que ponga en riesgo grave la salud del reino, cuando ni siquiera es una masa uniforme y consolidada que tenga una sola modalidad o dosaje, reuniendo habitualmente afinidades universales y genéricas, reuniendo a cosas a veces bastante diversas bajo el mismo rótulo. ¿Por qué parece que el escrito del seudónimo –no muy veladamente, viendo los ejemplos que opone– parece imputarle al nacionalismo católico argentino no ser lo suficientemente liberal (¿e inclusivo?) como parece que correspondería que fuera, en este concreto y determinado país, y sobre todo aquí y ahora? ¿O sólo me lo parece a mí? Queda claro que el escrito es contra el nacionalismo católico argentino. Queda menos claro el motivo del ataque, que si fuera por amor a la verdad debería haber sido menos tuerto al mirar el objeto que dice estar mirando. No debo pensar que, como dice un dicho que siempre me ha hecho gracia, se trata de que: mi mediocridad sólo me permite ver los defectos. Queda en sombras también saber si, a juicio del seudónimo, hay en la Argentina una conducta virtuosa civil, política, económica, cultural, educativa, intelectual y espiritual que pueda confrontarse con el peligroso nacionalismo católico y reemplazar su presunta influencia nefasta, principalmente en los jóvenes a los que se estima que malforma como nacionalismo católico ut sic.

No tengo explicación para ese ataque en esos términos anónimos. Y no quiero hacer demasiadas conjeturas que siempre corren el peligro de ser injustas. De todos modos, de haber sido por amor a la verdad, mi opinión es que el escrito debió de haber sido completamente distinto.

Pero si todo el batifondo es porque hay sectores de "las derechas" y ciertos tradicionalismos que tozudamente no le abren gozosos los brazos al liberalismo o a cierto conservadurismo en cualquiera de sus versiones; si la cuestión es que no se respetan debidamente los fueros del imperio británico, por decir algo aludido en las líneas que leí; si es porque ciertos otros tradicionalismos y una opción conservadora o liberal libertaria busca su espacio entre "las derechas" locales para enhebrarse de ese modo con las olas conservadoras globales y para ello le conviene denostar la marca "nacionalismo católico argentino", para ocupar el lugar que este ocupa, sea cual sea; si es porque es irritante y contraproducente que haya quienes digan y sostengan advirtiendo públicamente que la opción Milei es un "regalo griego" y eso se opone a las preferencias o cálculos de otros sectores que también se perciben de derecha; si es porque la coyuntura manda decapitar a un nacionalismo que se muestra rebelde al aire de estos tiempos nuevos, rebosantes de nuevos paradigmas e intereses y planes políticos globales –y decapitarlo antes de ver qué tiene realmente adentro de su cabeza–; quiero decir: si fuera por alguna de esas u otras razones del mismo tipo, o peores, entonces el asunto luciría sensiblemente menos interesante y saludable, porque es ya un tópico viejo y obvio.

Hasta donde sé y entiendo, ya le pasó, por ejemplo, a Chesterton en Inglaterra o, por ejemplo, a Castellani en la Argentina.