lunes, 18 de diciembre de 2023

Florecillas presidenciales para el mes de diciembre (II): Vida de perros





Estamos todavía en medio de un mientras en el arranque del gobierno de Javier Milei y las definiciones taxativas en los tiempos del mientras son imprudentes, al menos si de medidas y gestión se trata. Basta recordar al ídolo del presidente, Carlos Menem, para tomar nota de los vaivenes iniciales que le llevaron más de un año de prueba error en su primera presidencia.

Mientras es un adverbio útil para el análisis, se trata de esperar y ver. Porque mientras generalmente cubre el espacio de tiempo que hay entre ahora y después. El contenido de ese mientras dependerá de hoy y de después, porque según la calidad de esos dos tiempos y lo que hoy se esté esperando para después, mientras puede ser más o menos intenso y por eso mismo obliga a mayor ponderación.

Hasta donde veo, este es un mientras que podrá durar tanto cuantas sean las cosas que vayan pasando o según sean los resultados y las consecuencias de las que fueron noticias espectaculares del día en un momento y que en no mucho tiempo más empezarán a florecer de esa semilla. O a jeder, como dicen los paisanos.

Quien le ponga la medalla en el pecho a los anuncios o medidas que están in fieri, es un ideólogo, sencillamente. O un imprudente. O un voluntarista. O un fanático.

Y en el caso de la presidencia de Javier Milei que principia recién, mientras es el mientras típico y básico: habrá que ver.

¿Se podrá, igualmente, poner el ojo en cosas y personas que van asentándose, por el tiempo que sea que vayan a durar en el curso de este inicio de gobierno? Claro que sí. Con una sola condición que el fanático no tiene modo de cumplir: ser ecuánime, además de paciente.

Por ejemplo.

En la mayoría de las promesas de campaña, por lo que va sonando, el gobierno de Javier Milei entró en un déficit bastante ruidoso. Y sinuoso. Todas cosas sabidas: casta no, pero sí; impuestos no, pero sí; China no, pero sí; comunistas no, pero sí; endeudamiento no, pero sí; Macri no, pero sí. Y así siguiendo.

Se le ha venido anotando como meritorio en su legajo el que Javier Milei haya dicho exactamente lo que iba a hacer, y que de ese modo haya establecido un contrato explícito inicial con el electorado respecto de lo novedoso, revolucionario, doloroso y purificador que iba a resultar lo que prometía. Pero viendo andar al rengo, tal vez Milei haya hecho a conciencia otra cosa, una vez elegido. Es decir, lo que le enseñó su arquetipo: "si decía lo que realmente iba a hacer, no me votaban...". Siempre se creyó que lo de Menem era cinismo. Algo habrá pasado para que "cinismo" haya devenido para algunos en "pragmatismo". Hacer lo que se pueda en cada caso no es necesariamente repudiable. Tratar de hacer pasar por sensato lo que es simplemente oportunismo, ya es otro cantar. Un fanático no logra advertir la diferencia.

Pero lo cierto es que in fieri significa in fieri. Adónde irán a parar los actos de Milei es cosa por la que personalmente no apostaría ni un centavo, porque no parece del todo claro. Salvo una cosa que tiene destino cierto, hasta donde pueden ser ciertas las vidas de los hombres.

Su liberalismo libertario es cierto, aunque su anarcocapitalismo se domestique –o se enmascare– en el barro de la política. Su visión de la historia argentina es la que es. Sus objetivos son los que son. Sus paradigmas son lo que son. Y son quienes son.

Paralelamente, a todo esto hay que agregar otra historia en desarrollo, otro dato in fieri que puede tener secuelas en lo que vendrá: la relación de Javier Milei con la vicepresidenta, Victoria Villaruel. Y tal vez interese este punto porque podría estar cargado con el karma de las relaciones entre el 1 y el 2, como lo estuvo en varios de los binomios de los últimos 40 años. Los asuntos ideológicos que los separan, las características personales que los separan, las reivindicaciones que cada uno de ambos tiene por vacas sagradas y que no coinciden con los intereses del otro, puede que deriven más temprano que tarde en una lucha más o menos sorda, ya no por sumarios distintos o modalidades diferentes, sino por el simple y grosero poder. Se me hace que en no mucho tiempo podría aparecer algo que por ahora no figura en el mapa: los bandos de uno y otro lado. A la vez, los rasgos cristinescos que Villaruel va mostrando en sus primeros protagonismos públicos –con estilos distintos, ciertamente–, son a mi juicio un motivo de alerta, y eso no sólo para Javier sino para los dos hermanos Milei, que son quienes habitan excluyentemente el vértice más puntiagudo del poder. 

Mientras las cosas fluyen, personalmente no encuentro, sin embargo, otro dirigente argentino parecido a Javier Milei y a su modalidad, como no sea Juan Domingo Perón y, en menor medida, Carlos Menem.

Tienen a mi juicio puntos importantes en común que no aparecen en otros en el último siglo. El primero es la forma directa de comunicarse con los votantes y hasta con el pueblo. Otro es los resortes que despiertan en quienes lo siguen, proclives a justificar todo y cuanto piense, diga o haga o no haga o no diga, al menos por ahora. Otro es la capacidad de división del cuerpo social y la radicalización agresiva y creciente entre fanáticos seguidores y fanáticos detractores. Otro es el poco espacio que queda –o que este tipo de líderes deja–entre ambas facciones partisanas para un discrimen más atinado. Otro es el cinismo, si es verdad que pragmatismo es el obrar cínico cuando el apetito de poder empuja las acciones. 

Entre las diferencias está, básicamente y como ya dije, la convicción ideológica de Milei y su reverencia religiosa ante el liberalismo. Puede que suene extraño unir en materia política religión a ideología, pero, precisamente es la naturaleza misma del hombre la que logra ese matrimonio. Y también la naturaleza misma de las cosas, si es verdad que, como dicen que decía Platón, toda filosofía es una especie de meditación acerca de la muerte. Por otra lado, entiendo que la adhesión de Javier Milei al judaísmo en la vertiente que eligió es compatible con cierto mesianismo liberal y capitalista, cosa religiosa que el capitalismo trae desde sus orígenes. Con esto, como saben los que saben, no estoy diciendo nada que desde posiciones diferentes no hayan dicho ya Max Weber, Walter Benjamin o el economista Benjamin Friedman, entre otros muchos de campo protestante, escéptico o católico. Por su parte, también es sabido que tanto Perón como Menem vieron en la religión apenas un tópico útil, algo también manifiesto en la intención peronista de alguna vez tener iglesia pseudocatólica propia, un rasgo de espíritu igualmente mesiánico que cualquier día de estos tal vez veremos surgir en Javier Milei, ahora a la luz del día. Que los rabinos se lo profeticen y lo confirmen en gracia augurándole desde lo alto su destino de grandeza, es la frase en cuerpo 6 con la que puede traducirse mesianismo.

Es verdad también que en materia religiosa propiamente dicha, Milei muestra inconsistencias estrepitosas, y tal vez la más frívola de ellas es la relación pseudomística que tiene con su "hijos de cuatro patas", elevados al rango de bastón de mando, un bastón que, con esas presencias esculpidas, funge como talismán. De todos modos, por frívola que sea esa muestra es significativa, porque es casi una concepción del mundo y de las cosas privilegiar perros a hijos y ascender a aquellos a la categoría de los segundos, en un placebo de relación familiar sin familia, por encima no sólo de la naturaleza sino de las convenciones.

Probablemente, un terrible y fatal temporal de los últimos días, ponga en breve pausa el impulso reformador. O no. El carácter doloroso de las reformas salvadoras que amenazan, parece que pide un impasse, por breve que vaya a ser.

De modo que el mientras no cambia: esperar y ver es poder juzgar mejor lo que a estas alturas apenas está en el huevo.