sábado, 24 de agosto de 2013

Amor futuro




Acá se ven. En Buenos Aires, digo. Pero, más que los otros, el rosado.

Cuando era mozo, los vi por primera vez en el norte, en septiembre. Lapachos. Amarillos, blancos y rosados.

Años después, otra vez me encontré a Tucumán florecido y los blancos y amarillos eran una gloria que emocionaba.

No me crea: viví desde entonces con la nostalgia de esas flores poderosas saliendo directamente de las ramas negras y adustas, altos, como guerreros con penachos. No recuerdo haber visto por acá esos colores. Y me dio alegría siempre recordarlos allá.

Otro septiembre fue, años después, y anduve por allí visitando al insigne tucumano. Y otra vez ellos.

Lo que son las cosas, hace un año y feria, uno de la casa -festejante de una de las niñas- me trajo uno de regalo, en un macetón que preparó en el campo. Y aquí está, cerca de la cueva.

Muchos árboles planté.

Pero a ése nunca lo puse en tierra (diría mi madre), y vaya a saberse por qué, aunque -quién sabe- tal vez esperaba yo algo que lo hiciera propicio.

No lo sé.

Tal vez en un tiempo vuelva al Tucumán. Estarán otra vez ellos.

Venga para septiembre, que es cuando Tucumán se luce, como me dijo un anfitrión.


Cuando esté allí, voy a buscar cómo traer el blanco y el amarillo.


Y esta vez, Dios primero, sí los pongo en tierra.