Hay un rosal que ha dicho que nos parió el invierno:
que agosto es el orfebre que engarzó tu sonrisa,
que inauguró en el aire el viento en que naciste.
A mí, septiembre quiso sembrarme con trigales
y envolver en panales mis ojos de tormenta,
para seguirte como septiembre a agosto sigue.
Y nos parió el invierno, ya el sol resucitado,
y era todo evangelio la primavera clara
que decía tu nombre al prado verdecido.
Acunados en vientos y en trigos en simiente,
llegamos a esta tierra en un alba sin niebla:
tú, en mis sueños soñada; yo, de tu amor, amante.