Algo de luz, algo del día:
era el este del cielo renacido otra vez.
En medio de un camino
que iba a una soledad de sal y paz
desconocida,
despedí a la muerte.
Enumeré las horas
de la sonrisa horrísona,
y las hice partir con su carga de muerte.
Conté los minutos,
los que amasaban con vida ficta
los años estériles,
y vi las espaldas de la muerte que llevaban consigo;
y los dejé ir.
Amasé con los segundos placenteros
una figura, una gárgola espantosa
que sembraba la muerte
cada vez que punzaba
los ojos y mi pecho con su voz;
y vi su engaño
inerte y escondido
enhebrado en el polvo deshecho de su carne de piedra
que el viento alejaba hacia la nada.
Y ese día,
con todo un derredor de soledad
y una brisa entera de hierba y rocío en el aire,
en medio del camino,
apenas con la luz, la sal, la paz,
una verdad de mar y bosque y llano alzó su copa.