lunes, 20 de marzo de 2023

Exorcismo


Los años sembraron rosas y jazmines de arena.
Y el tiempo cultivó semillas de arena.
Era de arena el sol, de arena el río,
eran de arena la noche y la mañana fría.
Y había un mar de arena:
sin oleaje ni espuma, sólo un campo de sal y arena.

Los años hirieron de muerte espigas y retoños.
Y el tiempo abrió surcos secos en la tierra fértil.
En el aire se esparcía cada noche, cada tarde,
un veneno aromado que retorcía raíces
y horadaba infecundo la carne y la sangre.

Los años borraron senderos, 
y el tiempo en sus huellas perdió a los caminantes,
confundió los pasos, 
los enfrentó a los abismos acantilados; 
y quedaron de pie ante los hondones,
que acechaban con púas de espinos 
y acunaban tormentas.

Paciente y desvelada, sobre la piedra firme,
en su pura altura pura, 
esperando un amor que la devele,
dispuesta a su destino de servicio y entrega, 
la belleza cobija a la palabra.
Y allí callan las dos. 
Y esperan.

Hasta que llega el tiempo.
Hasta que llega un día el día
en que se levanta el son de lo que llega.

Y ambas hacen su obra.

La belleza exorciza el vacío y la nada, 
y la palabra refugia.
Y la belleza sostiene, 
y vierte su bálsamo en la herida estéril
que hace estéril la mirada, las manos, el corazón.
Y deja su simiente.

La belleza exorciza la mentira, 
cura los ojos que abrazan fantasmas, 
ilumina el pecho asediado por la risa 
que finge el paraíso mientras oculta el cielo;
una sola palabra verdadera disuelve el espejismo
y abrasa la nada, ya en cenizas.

La belleza exorciza el egoísmo y la vanidad:
siembra silencio entre la cicuta  
y calla su estertor infecundo.

Y lo que era nada, ya no es.