martes, 21 de marzo de 2023

Libertad


Sobre un muro de piedra gris
se afirmaron los aros de hierro negro, áspero.
De los aros, cuelgan cadenas invisibles y risueñas, 
tintinean con un sonido ronco, 
golpean con una furia cínica las hendijas y los bordes,
lastiman con su roce sin luz.

Las manos aseguran que acarician el metal y lo pulen
en años de silencio; 
mientras los ojos buscan sin descanso 
cadenas en la niebla y el hierro que las nutre.

Y los ojos no ven,
y las manos no palpan el frío de los eslabones. 

La mañana huele a un rocío agrio, 
las tardes son rosadas como mariposas sobre el muro, 
la noche es como el hierro
que invade la respiración y enmudece la boca, 
ya vacía de palabras, 
siempre hueca de silencios,
aterida de gritos y fantasmas de hielo.

En laberintos de salas y pasillos, 
duermen agazapadas en celdas de sal literas sin espinas, 
insípidas literas sin abrojos,
literas del color polvoriento de la bruma,
que guardan y que exhalan el sabor de la arena y los desiertos.
Se tienden por las noches, desolados, 
los cuerpos lívidos sobre un jergón sin sueños,
con agujas de vergüenza mordiendo el pecho. 
Y un corazón, al acecho de ruidos y brisas que no llegan,  
recorre las praderas doradas y púrpuras de otoños invisibles, 
surca lomas de primavera florida sin aromas, 
se guarece del viento que no sopla, 
se cubre el rostro del brillo de un sol que no brilla.

En la penumbra, 
tendido sin sollozos ni recuerdos, 
mudo de soledad, 
quieto con la quietud de las cumbres y las profundidades,
alguien paladea su libertad,
sin memoria de muros ni eslabones de hierro; 
ve una figura que vaga sonriendo alrededor del mundo, 
una figura suave, erguida y apacible, 
luminosa como azucenas;
siente que, a pie desnudo,
llega a su vera y acaricia su frente, de rodillas,
y dibuja palabras en el aire
y atraviesa las sombras de la noche y del alma.

Demora los segundos y el sabor que los llena. 
Viste su libertad como una túnica.

No hay dolor.

El tiempo ya no existe.