jueves, 12 de febrero de 2015

Morir de amor (II)


 

Parece un asunto misterioso y raro, pero no lo es tanto. Nada le quita que sea significativo, tal como lo es.

Las palabras que usamos son anteriores a nosotros. Todas o casi. Y sus historias nos son mayormente desconocidas. No solamente en sus orígenes sino también en sus andanzas. Por cuántas razones las palabras se deshacen con el tiempo y se sueltan de sus raíces para ir por caminos tantas veces opuestos al que traían.

No es cuestión ahora de usurpar el lugar de los insignes filólogos. Basta con algunas pocas referencias, casi de entrecasa.

Cualquiera que se tome el trabajo de hurgar estas voces que decía bajo la tierra del tiempo, encontrará la raíz indoeuropea van- (wan-, ven-) y, una vez que la encuentre, se enterará de que significa, básicamente, tanto amar como desear.

Venus, la diosa, y veneno (o venia, viernes o to want, en lengua de los anglos... y hasta la bella Vanadis, mujer de Odín) vienen de allí. Venus, hay que decirlo, antes tuvo entre los latinos un sustantivo venus, que era tanto algo muy deseado como un favor concedido por los dioses.

En el caso de veneno o venia, sus orígenes dicen que siguen el significado principal. De allí que a veneno se lo asocie primero con filtros amorosos (lo que ayudará a obtener lo amado o deseado) e incluso filtros mágicos en el sentido de religiosos, parece que tan antiguos como el amor mismo. Mucho después, y por otras vías más genéricas, vino nuestro veneno nefasto. Venia, por su parte, principia como una señal divina, un consentimiento divino a alguna petición o invocación, una gracia concedida, y recién más tarde aparece el significado de permiso, perdón o hasta el de un tipo de saludo. Venerar no se queda atrás y forma parte de la familia también.


Ahora bien, que a la tragedia amorosa más famosa del mundo de los últimos 400 años hayan ido a dar Venus y un veneno es cosa de notar, a mi sabor al menos.

Los amantes buscaron el modo de cumplir su deseo de estar juntos a través de un poderoso bebedizo que los mata, digamos así, para revivirlos poco después ya junto al amado, y sin morir.

A Venus, por el veneno, podría decir el refrán.

Y, sin embargo, fue precisamente el veneno el que alejó a Venus, fue el mismísimo unitivo veneno el que separó a los amantes para siempre, mire lo que son las cosas.



Pero tal vez haya tiempo para ir un poco más lejos en este asunto. No ahora, claro.