domingo, 13 de abril de 2008

¿Migas de pan?

Tengo que festejar este frío, cómo no.

Se quejan en casa porque miro por las ventanas que dan al jardín y disfruto el otoño ya un poco envalentonado con sus hojas volanderas, desparramando lloviznas y lluvias, apurando nubes. Y entonces dicen que me envalentono yo.

No es verdad.

Celebro el frío, el fresco, el de estos días de ahora hasta fines de agosto, y los fuegos que vendrán -y quién dice si no habrá más nieve de invierno, si es que ya tenemos un nuevo invierno 'global'-, y nada más. Y yo sé por qué.

Mientras miro y respiro el día y la tarde que promete más frío y hasta las primeras heladas, veo a la gente menuda y no tanto de la casa jugar con Chango, bajo el sol fugitivo que entra y sale del día.

Porque resulta que súbitamente apareció en la casa una especie de renegrido border collie, perro de unos dos años, brioso pero gentil, garboso pero discreto, exiliado aquí de un country o barrio cerrado, donde dicen que vivía desde hace un tiempo enclaustrado, porque parece que no se permiten los animales allí.

Ni los mendigos, pensé.

'Felices' de ellos, pobres, confieso que también pensé.

Parece mentira, hablé hace poco de aquella dupla desdichada y, a la vuelta de unos días, aquí está el perro, ahora.

Éste perro, porque el otro perro se mudó extramuros. Sí, aquel hermanastro semigato, el de las migas de pan, trampa de los alados, ya es historia (como la trampa, al menos por ahora...)

Y la primera secuela del asunto es que el felino semiperro tiene problemas. Porque no para de correr y dolerse de su suerte, y a la fuerza retomó, incontinente, hábitos que había olvidado por el desuso: subirse a un árbol en un tris, equilibrarse vigilante sobre filos de paredes, fatigar tejas en fuga, mirar dos veces antes de salir a campo abierto. Ahora, también es verdad, haciéndose el pobrecito busca compasión y refugio, la mirada suplicante, mordiéndose el orgullo por debajo del bigote tieso. Le adivino un rencor y lo imagino mascullando la nostalgia y la venganza.

Los chicos, que se ve son de buen natural o al menos de buenos sentimientos, tratan de ser ecuánimes. Mientras miman hasta el empalago al peludo y vivaz recién llegado, protegen cuanto pueden al desdichado huérfano de perrastro.

Hasta he visto que le intentan con Chango una convivencia pacífica, siquiera un ecumenismo de tolerancia a plazo fijo, con admitido derecho módico a que la naturaleza haga su trabajo y que, de tanto en tanto, el gato tenga que recordar quién es, por si lo hubiera olvidado en la paz armada en la que puede ser que tenga que vivir de ahora en adelante con su nuevo prójimo. De chichoneo gatiperruno y abuso de confianza, claro, ni hablar.

Y así estaba, al atardecer, antes de que soplara un ventarrón lluvioso, mirándolos.

De pronto, tal vez como un augurio de lo que pueda ser que vuelva, apareció una música.

En la radio, un potente y afinado coro de jóvenes argentinos cantaba versos de Rafael Alberti, Se equivocó la paloma, con la partitura -un arreglo para dos pianos- que les puso Carlos Guastavino (aunque en la radio se la atribuyeron a su contemporáneo y adversario musical, Alberto Ginastera...)

Como me llamó la atención la gaffe de la emisora 'clásica', siempre un poco afectada, me puse a ver para confirmar mi escasa ciencia musical. Y me hizo gracia uno de los trabajos de Guastavino. En una obra que se llama Mis Amigos y que es de 1966, el santafesino tituló con diez amigos otras tantas piezas: Luisito de la calle Concordia; Nelly de la calle Río Cuarto; Ismael de la calle Teodoro García; Pablo de Aeroparque; Fermina de la calle Aranguren; Gabriel de la calle Andonaegui; Alberto de la calle Posadas; Casandra de la calle Galileo; Damián de la calle Malabia; Alina de la calle Lacroze. Me gustaría oírlas porque no las conozco, pero también saber más de estas historias que merecieron música.

Mientras tanto, recuerdo que el poema de Alberti, con su música, lo cantó todo el mundo: desde Teresa Berganza, José Carreras o Kiri te Kanawa hasta Ana Belén y J. M. Serrat, lo que son las cosas...

Se equivocó la paloma
De Entre el clavel y la espada (1941)

Se equivocó la paloma.
Se equivocaba.

Por ir al norte, fue al sur.
Creyó que el trigo era agua.
Se equivocaba.

Creyó que el mar era el cielo;
que la noche, la mañana.
Se equivocaba.

Que las estrellas, rocío;
que la calor; la nevada.
Se equivocaba.

Que tu falda era tu blusa;
que tu corazón, su casa.
Se equivocaba.

(Ella se durmió en la orilla.
Tú, en la cumbre de una rama.)


Oía la canción a modo de augurio y pensaba si acaso querrá decir que volverán ahora los tiempos de las migas de pan.

Si será posible darle de comer a los pájaros -y a las palomas-, ahora que llega otra vez el frío y es más difícil para ellos conseguir alimento. O si, a pesar de nuevos personajes con nuevas acciones, no tendré que ingeniármelas para ver de qué modo los que buscan comida, coman efectivamente, y eso les haga bien. Y no se equivoquen al comer, ni yo al hacer que coman. Y cómo hacer para que eso no sea al final dolor y muerte.

Porque estaba viendo también que, efectivamente y más allá de los artilugios de la gramática, no hay adjetivos en el poema. Ni uno. Y que aparte de los verbos, todo es más bien pura cuestión sustantiva. Y sin embargo la paloma se equivocaba; sustantiva y todo como aparece la cuestión, la paloma se equivocaba lo mismo.

Y me pregunto -ya anocheciendo, debe entenderse- si no pasa a veces otro tanto con otras cosas, donde se hace un esfuerzo -o parece que se hace un esfuerzo- por lo sustantivo, por dejar a solas al verbo y lo sustantivo, sin rodeos adjetivos, y, aun acertando acaso, se equivoca uno lo mismo.

Y si tal vez pudiera ser que eso pasara porque no es el qué sino el cómo.

Y si no será que, supuesto que uno ha llegado al verbo y a lo sustantivo, le falta todavía el adverbio, como dicen los que saben.