jueves, 24 de abril de 2008

Predicador, a tus zapatos...

¿Nunca se preguntó "qué hacer"? ¿Nunca se lo preguntaron a usted? ¿No?

No le creo. Y le hago precio si le digo que no le creo, fíjese, porque peor sería decirle que se lo preguntaron alguna vez y ni se enteró, o pensar que nunca se lo preguntó porque ni falta que hace, si total ni piensa en hacer algo, nada de nada: total, ¿pa' qué...?

Entonces, la respuesta es "sí, efectivamente..."

Como fuere, es difícil contestar esa pregunta: "¿qué hacer?".

Y más difícil para quienes sienten el ahogo. ¿Qué ahogo? En realidad no es asunto para decir ahora. El ahogo, simple enunciado por ahora, quiere decir esas ganas o impulso -por indignación o entusiasmo- de hacer algo; frecuentemente, también, es esa vocecita interior que dice "algo tenemos que hacer...", "algo hay que hacer...". Vocecita interior. O exterior, como un rumor de mar, que a veces pasa que unos a otros nos decimos "algo hay que hacer...", y rueda la frase como una bola de nieve, pendiente abajo, hasta que el imperativo se hace enorme, pesado, demoledor, pero, como la nieve, no es exactamente sólido, sino agua. Y como agua que es, ahoga, si acaso.

En fin.

Mejor ahora ponerle la lente al caso de nuestros ya viejos amigos, Crispín y Crispiniano (y dejar para otro día la Quaestio Disputata De necesitate actionis aut contemplationis, que imagino a más de uno afilando los dientes y cada quien la mitad de su biblioteca...)

Ya en Soissons, resolvieron trabajar, se dice. Y se dice que por varios motivos, como ya apunté: se les habían agotado las arcas que traían de Roma, haciendo 'caridades'; necesitaban mantenerse sin ser gravosos para los demás, dando un ejemplo paulino, digamos; necesitaban bienes para repartirlos y como nadie da lo que no tiene... Pero también se dice que advirtieron que a la palabra luminosa y afable, convenía darle el respaldo de las obras -ahora siguiendo a Santiago- que hicieran consistente y entera su prédica verbal y cordial, poniendo todo el corazón y no solamente el corazón que habla, sino el que tiene manos, además.

Todo en uno, diría.

Vuelvo al principio, entonces.

"¿Qué hacer?"

Y... zapatos, diría.

O, diría también, cualquier otra cosa, lo que venga a mano o a cuento.

¿Por qué tanta milonga?, como se dice en las pampas...

No me deje simplificar, pero tampoco se complique tanto, amigo, no tanto que parezca que queda bien la preocupación por una acción a la que no piensa ni quiere llegar. Nada mejor que proponerse todo para poder decirse y decir que no se puede hacer nada, y no hacerlo.

¿Sabe hacer algo? ¿Puede hacer algo? ¿Quiere aprender un oficio? ¿Tiene uno? Entonces, adelante, amigo, adelante... ¿Qué tanta milonga...?

Si lo que usted está buscando es lo que buscaban Crispín y Crispiniano, haga lo que hicieron Crispín y Crispiniano, que mal no está.

Quiere hacer "algo". Muy bien.

Haga lo que ellos.

¿Lo está buscando porque quiere ser santo? Lo mismo. ¿Quiere hacer "algo" porque ama a la Iglesia y lo desespera verla envuelta en humos y cree que está postrada, renga, perdida, llena de pústulas a izquierda y derecha, arriba y abajo? Igual. ¿No puede dejar de pensar en que "algo hay que hacer" porque ama a la Patria y está triste y furioso de verla triste siempre? Otro tanto.

¿Qué tanta milonga?, y perdone el sonsonete.

Zapatos.

Porque si lo que tuviera que hacer o pudiera hacer fueran zapatos, estaría más que bien. O cualquier cosa como hacer zapatos que fuera como hacer zapatos.

Uno podría instaurar un imperio flamígero, convocar un concilio restaurador, levantar dos repúblicas en vez de una, o veinte monasterios (en toda la Patagonia...), ejércitos belicosos con todo y pompa y circunstancia, hacer la contra recontrarevolución de la cultura y la educación.

Sí, señor, sí...

Y no digo, mi estimado, que no haga nada de eso o todo eso junto, si le da el cuero (disculpe la metáfora a flor de piel...): hágalo, si son sus zapatos...

Pero sepa, amigo mío, lo que dice el caso: para evangelizar la Galia norte, para que Carlomagno regale sus reliquias como quien regala tesoros, para que Enrique V y Wil Shakespeare no se olviden de usted, para que lo tengan por emblema de un gremio, para que Brentano no pase por la historia sin mirarlo, para que Richard Wagner lo anote en una ópera famosa y hasta para aparecer en esta bitácora, basta con ponerse a hacer zapatos.

Si busca fama en la tierra y gloria el Cielo, haga zapatos, sin tanta milonga, que con eso alcanza.

Claro que.

No basta con hacer zapatos, se entiende. Porque parece que tienen que ser "esos" zapatos. Y tiene que hacer "esos" zapatos, de "esa" manera, por "esa" razón.

Claro.

Pero son zapatos lo mismo. Y valen.



Y estas cosas me decía en estos días a mi mismo, viendo las cosas de Crispín y Crispiniano.