viernes, 25 de abril de 2008

El pan nuestro de cada día

No hay vuelta que darle: hay que ponerse de acuerdo por lo menos en una cosa.

Y es que hablar de lo que está pasando es un asunto y otro asunto muy distinto es saber qué pasa. A la vez, hay que ponerse de acuerdo en un subproducto de esto mismo: hablar de política es una cosa, otra es hablar políticamente y muy otra es hacer política. Y cada una de estas tres tiene sus bifurcaciones.

¿Tanto lío? Y, sí: tanto lío. Salvo, claro, que uno simplifique y trivialice, mostrando tal vez con eso mismo que su supuesto interés no es tal o que dice que quiere hablar de una cosa y habla sobre otra. O que se ha metido en camisa de once varas....

Veamos.

La política nuestra de cada día -la de las conversaciones de bar, de la calle o la oficina, digo- tiene una desventaja: obliga a hablar demasiado. Y de más, muchas veces.

Y esto pasa al menos por dos razones.

La primera es la propia política. La otra, los medios de comunicación. Y en general las dos cosas suelen ser una o se sirven mutuamente.

La propia política cotidiana obliga a seguirle el ritmo a las acciones reales o aparentes -que suelen manifestarse en palabras o gestos de variada insolvencia- de un tipo muy especial de persona: el político.

(Dejemos al margen ahora a la minoría de esta raza, supuesto que los miembros de esa minoría fueran hombres honestos, cabales, sufridos, sinceros. No por esto menos hábiles y, hasta donde se pueda, sanamente prácticos. Estos hombres o mujeres, quedan por ahora en el banco de suplentes.

Vayamos al resto, que son los más.)


No digo nada extravagante si digo que el 99,99% de las energías -el matiz se lo otorgamos al 0,01% de las energías- de un político al uso están puestas principalmente en conseguir y conservar el poder. No principalmente en hacer cosas, no principalmente en gobernar, que no significa conservar el poder sin más sino conducir usando el poder para hacer algo: usar de una potestad, de imperio para realizar. Cuando dije primero 'principalmente' quise decir que lo que haga o diga está en función de conseguir y conservar poder.

Pero conservar el poder en los términos corrientes significa al menos dos cosas: sobrevivir medrando en un mundo de animales carnívoros de poder y cebados por el poder y (o) trabajar por la supervivencia de la manada a la que circunstancialmente se pertenece. Y siempre más bien a como dé lugar, como sea. Esto es lo más habitual.

¿A la manada a la que circunstancialmente pertenecen? Nada de soponcios, ni de un lado ni del otro, por favor. Habrá quienes pongan el grito en el cielo por los travestis, saltimbanquis o transfugas del poder, los que van pasando de una posición a otra sin cambiar siquiera el rictus. Pero, no tanto grito... Como se suele decir, son poquísimos los que resisten un archivo medianamente serio y no muy antiguo.

Una cosa es que a la política se la defina como el arte de posible y cosas de ese tenor, bien que tantas veces enmascarando con eso otras definiciones menos gloriosas o bienhechoras. Una cosa distinta es que estemos hablando de cinismo, escepticismo, nihilismo, palabras todas que un dirigente político tal vez podría no conocer, pero que son los supuestos -de todo tipo incluso metafísicos y desde ya antropológicos y morales- que le permiten hacer literalmente cualquier cosa.

La segunda cuestión a tener en cuenta es la acción en este rubro de los medios de comunicación. Cuando no es frívola -que quiere decir liviana e irresponsable, aunque trate asuntos muy serios- es interesada. E interesada quiere decir que habitualmente está al servicio no de lo que pasa o pasó, sino de lo que tiene que pasar o de cómo tiene que entenderse lo que pasó. Y lo que tiene que pasar o qué tiene que significar lo que pasó está, a su vez, al servicio de algún interés político o de poder, ya fuera de algún poder económico, ya de algún poder cultural: poder al final del camino. Y nunca o casi nunca al servicio de lo que realmente está pasando y de lo que pasa. De modo que, y para quien no tiene los datos ciertos de cómo son las cosas, entender lo que pasa a través de los medios -casiúnica forma masiva de formarse opinión- supone saber quién dice qué cosa y por qué y si lo que dice es como lo dice o por la razón por la que lo dice. Y así y más. Todo lo cual, obviamente, es punto menos que imposible para el hombre de a pie que está lejos, muy lejos de las marmitas, de modo que si llegara a llegarle la comida, le llega mermada y fría, y ni hablar de los ingredientes. En el mejor de los casos, y claramente insuficiente para formarse una opinión, se alcanza a saber lo que dicen los medios. O lo que dicen los medios que dijeron los políticos. O lo que los políticos quieren que los medios digan.

Todo un capítulo aparte es el tratamiento más serio de ambas cosas: políticos y medios de comunicación. Porque hay un análisis necesario acerca de qué significa y cuánto vale la acción política tal y como se la concibe desde hace por lo menos dos siglos. Como hay un análisis igualmente necesario acerca de la presencia de medios de comunicación en la sociedad, que -y no por casualidad- tienen una existencia más o menos paralela a la forma de entender y ejercer esa acción política así concebida, es decir que, de hecho, también los medios existen, tal y como los conocemos hoy, desde hace unos dos siglos. No ha cambiado, creo, su naturaleza. Solamente cambió el grado en el que ejercen su acción y las herramientas que usan.

Los medios de comunicación son básicamente retóricos. En muy contados casos son diálecticos. Mayormente retóricos como son y en cuanto tales son una herramienta de la política: de la buena y de la otra. Esto no lo voy a desarrollar largo ahora, aunque necesita tantas notas al pie; así que queda dicho como apunte. Pero es muy importante. Otra cosa que queda como apunte es que la acción de los medios, más que la de ningún otro emisor de mensajes y criterios, modifica o puede seriamente modificar no sólo los hechos y las palabras y sus significados, sino también las circunstancias de espacio y tiempo, cosa grave para el hombre, y más para el hombre de a pie.

La acción de los medios suele tener una consecuencia que me interesa ahora. Porque es difícil vivir en dos mundos al mismo tiempo. Por ello mismo pasa a veces que, cuando la distancia es demasiado brutal entre lo que vivo y lo que me dicen que estoy viviendo, se rompe ese pacto implícito entre el hombre y la realidad, que hace que las cosas vayan andando. También pasa que la acción de los medios de comunicación -a veces en conjunción con el discurso y la acción política sobre la sociedad- hace lo mismo pero a la inversa. Entonces, pese a lo que pienso, siento o me pasa en realidad, me encuentro pensando otra cosa distinta y sintiendo que me pasa una cosa que no me está ocurriendo tal como me dicen que me está ocurriendo. A esto le sigue al menos una especie de enfermedad psícológica. Pero seguro, una espiritual.

Estos mecanismos a veces son simples. Pero la mayor parte de las veces son complejos y muy complejos, de modo que la mayoría recibe, sin poder colar demasiado y a veces nada, al mismo tiempo una sobredosis de datos de dudosa calidad e improbable digestión y, a la vez, recibe mucha menos verdad que la que hay disponible. La confusión llega rápido. Y con la confusión llega algo más: el hombre de a pie, bombardeado además por la urgencia real o ficticia de la supervivencia en las condiciones actuales o de las necesidades creadas e irreales, colapsa, se aturde, se hace un zombie, un autómata. Y así, muy frecuentemente, aunque violentando su interior y hasta su palabra, dice y hace lo que parece que hay que decir o hacer según la corriente. Según cualquier corriente. La dominante del tiempo y el lugar en el que vive, tanto como la propia, aquella corriente a la que pertenece y que, llegado el caso, está dispuesto a poner en lugar de la realidad, por motivos diversos. Y no pocas veces, ay, sigue ambas... Como las cosas que no sangran se notan menos, y estas cosas no sangran, estas cosas se notan menos. Hasta que sangran, claro.

Ni los discursos de parte, parcializados y aun los ideologizados, son cosa nueva. Ni las habladurías comunes y corrientes son cosa nueva. Las habladurías de los que hablan sobre 'lo que se dice' y no saben, tampoco son nuevas. Es más: son cosa viejísma, muy anterior a los medios y a los políticos tal y como los conocemos ahora. Algo cambió, sin embargo, en la calidad de la información y de los gestos sobre los que el hombre de a pie juzga. Algo cambió en la capacidad de juicio del hombre de a pie, masivo además. Algo cambió en sus criterios (y digo 'sus', más o menos generosamente dicho...)

Con estos presupuestos que se me hacen imprescindibles, muy rápida y esquemáticamente formulados respecto de lo que pasa, veré de tomar carrera. Y eso para ver si me dispongo a tratar dos o tres asuntos de la malhadada "coyuntura".

No porque pueda, que tal vez me canso antes de largar (y ya me está dando fiaca...) Tampoco porque mi opinión valga especialmente la pena de leerla, sino porque puesto a ver el asunto me propongo simplemente tratar de discernir, y de no repetir.

Lo que sí vale subrayar dos veces aquí es la advertencia de que la calidad de los asuntos en juego no me despierta mucho apetito.

Y con esto, por ahora, me voy.
- No, señor. ¿Cómo que se va? Un momento, mi amigo... Antes, me contesta una pregunta: ¿Por qué esta entrada se llama así? No entiendo...

- Fácil: porque con el Padre Nuestro se puede hacer análisis político, de coyundas incluso. Con todas y cada una de sus proposiciones. Pero, especialmente, con tres o cuatro de ellas, elija la que más le guste: "...adveniat regnum tuum, fiat voluntas tua sicut in cælo, et in terra. Panem nostrum quotidianum da nobis hodie, et dimitte nobis debita nostra sicut et nos dimittimus debitoribus nostris...": ahí tiene, con eso sobra asaz. Y eso por no mencionar la Doxología agregada al final: "Quia tuum est regnum, et potestas, et gloria in sæcula sæculorum..."

Ahí tiene: "Tuyo es el Reino, Tuyo el Poder y la Gloria, por siempre, Señor..."

- Pero, ¿por qué en latín? Y además, ¿qué tiene que ver eso del padrenuestro para entender lo que pasa y lo que está pasando? ¿Hay que ponerse 'místico' para leer los diarios...?

- Mire, caballero, en latín perchè mi piace... Y lo otro, no sé. Pero una cosa le digo: creo que si usted lee y oye todo lo que dicen, por ejemplo, Longobardi o Vertbisky o Perfil o Macri o D'Elía o Feinmann o Bergoglio o Clarín o Kunkel o la derecha o la izquierda sobre todo lo que hablan, pero le falta entender lo que el Padre Nuestro dice sobre lo mismo, me da que va a entender poco de lo que importa mucho y no sé si va a entender siquiera algo de lo que no importa tanto.

Y ahora sí que me voy.