Alguna vez lo he mentado aquí. Un buen amigo: Polito Díaz.
Se llama en realidad Francisco Hipólito Díaz, y de allí el mote.
Salteño, futbolista, viajador, escribidor y decidor con la gracia y la hondura criollas -y la impronta de la 'salteñidad'-; radical, de River. Vendedor de libros en los trenes y de cualquier otra cosa, pero mucho menos. Su primer libro fue el Martín Fierro en los colectivos de Buenos Aires. Lo anduvo vendiendo por casi 60 años.
Y más y más cosas suyas, que tengo que contar alguna vez. Y que no olvido.
Se me ha muerto ayer a la noche, hoy temprano me avisó su hija.
Pienso que su amistad me honra. Pensaré siempre que se me hizo un inmenso regalo con su amistad y con su compañía. Un regalo inmerecido, de los que nos hacen sentir pequeños e insuficientes.
Sin embargo, cuando se me haga muy visible la miseria de la vida, cuando vea con demasiada claridad mis oscuridades, también veré la luminosidad y la felicidad de este amigo en medio de mis cosas y mis casos. Y con eso me será más difícil demorarme mirando sólo la pena y las tristezas de la vida.
También él ha existido. Y ha sido muy bueno para mí tenerlo a mano.
Dios me lo guarde.