domingo, 27 de noviembre de 2005

Ya veremos

El hispánico Marco Valerio Marcial, en su colección Epigrammaton -en el Libro XII, el último-, pone este epigrama XLVI, que siempre me gustó:
Difficilis facilis, iucundus acerbus es idem:
Nec tecum possum vivere, nec sine te.

Algo que muy bien podría decirse de tantas cosas y gentes. Eres el mismo siempre, fácil o difícil, alegre o ácido. De modo que no puedo vivir contigo, y sin ti tampoco puedo.

Así pasa. Cosas. Personas. Nosotros mismos. Después de todo, difícil vivir con nosotros mismos y sin.

De mí, sin ir más lejos, podría decirlo. Y hasta de estas páginas. Y de tantas otras cosas nuestras: cosas nuestras con las que no podemos vivir, ni sin ellas.

Por su parte, el itálico Quinto Horacio Flaco -murió precisamente, y según dicen, un 27 de noviembre del año 8 a.C.-, trae en el III libro de sus Odas, este poema que lleva el número 30 y es una especie de imponente epílogo -ya famosisímo- a su obra
Exegi monumentum aere perennius
regalique situ pyramidum altius,
quod non imber edax, non Aquilo impotens
possit diruere aut innumerabilis
annorum series et fuga temporum.
Non omnis moriar, multaque pars mei
vitabit Libitinam: usque ego postera
crescam laude recens, dum Capitolium
scandet cum tacita virgine pontifex:
Dicar, qua violens obstrepit Aufidus
et qua pauper aquae Daunus agrestium
regnavit populorum, ex humili potens
princeps Aeolium carmen ad Italos
deduxisse modos. Sume superbiam
quaesitam meritis, et mihi Delphica
lauro cinge volens, Melpomene, comam.


En realidad, creo que en este caso es distinto. Espero. Porque de mí mismo, en este sentido, no me atrevería a decir semejantes cosas. Y de mi "obra", menos.

¿Exegi monumentum...? ¿Que si finalmente logré con "mi obra" levantar un monumento más duradero que el bronce, que traspasará el tiempo? ¿Cuál obra?

Y, no, vean; en realidad, no. Eso podrá decirlo Horacio, acaso. No es que uno no querría, tal vez; porque, si nos ponemos a ver honestamente el asunto, esa vanidad no es exclusiva de nadie y es bastante democrática.

Ahora, que
Non omnis moriar...
y que, además,
multaque pars mei vitabit Libitinam...
Y sí, eso sí es verdad: no moriré del todo, no. Y algunas -no creo que 'muchas'- cosas "burlarán" la muerte, mi muerte, en ese sentido. No sé si "mi obra" lograría eso, como dice Horacio de la suya. Pero -está claro-: no soy Horacio.

Sin embargo, es verdad que cosas nuestras "burlarán" la muerte, nuestra muerte. Y Dios quiera que nosotros mismos podamos "burlar" -en muy otro sentido- la muerte y no morir del todo. Y vivir.

Lo que tiene de emocionante esta historia, con todo, es que no sabemos qué cosa será ésa: cuál de "nuestras cosas" nos sobrevivirá (no sabemos muy bien cuál es "nuestra obra", realmente) y por ella se nos conocerá. Se nos conocerá aquí. Pero, más que aquí, allá...

Mejor.

Pasando por alto el apetito de fama pagano -más allá de ese eco temporal de nuestras acciones- nuestras cosas, nuestras acciones hacen algo que al final contará: se saltan el tiempo, saltan fuera del tiempo.

Monumentum aere perennius, verdaderamente: monumentos mucho más perdurables que el bronce.

Y ahí sí no importa si son poemas (no, Horacio, lo lamento...), o qué será: cualquier cosa que hagamos, que hemos hecho, es, por algún lado, por alguna razón, aere perennius.

Y no sabemos, siquiera -y sobre todo-, cuál de todas esas cosas es la que cuenta.

Cuál de todas es aquella por la cual hemos venido al mundo.

Aunque ahí se hace cierto también -de otro modo- que tantas veces no podemos vivir con ellas, ni sin ellas.

Pero, cuáles han sido realmente las difíciles, cuáles las fáciles, cuáles las alegres y cuáles las ácidas. Con cuáles, en fin, hemos podido vivir y sin cuáles no hemos podido.

Seguiremos, creo, sin saberlo exactamente del todo.

Y entonces, y por esa razón, todas cuentan.

Mejor.


Un día sabremos.