sábado, 12 de noviembre de 2005

Asuntos impostergables (II)

Hay cosas a las que no siempre se les puede dar fin.

Aunque uno tenga sed de fin, como dicen tantas veces los fados.

Pero siquiera se puede ir aproximando uno.

Y me doy cuenta, revisando, que me quedan pendientes tantas cosas.

Qué hacer.

No todo se puede hacer.

Y no todo se sabe hacer.

* * *

Al menos diré esto: Aristóteles y Machado dicen algo muy parecido, si no es acaso lo mismo.
ver


El punto más significativo parecería ser eso que llaman el universal, o el arquetipo, si prefieren. Es decir, y mal dicho, algo así como pintar el mundo al pintar la propia aldea.

Es cosa difícil entender la poesía (no tanto, tal vez, como estos comentarios.)

Y no vamos a hablar solamente de la lírica.

Difícil, igual.

El modo sintético en que se modela el dictum, la fragua de la metáfora y de la imagen, que al final se estructura en palabras, que se viste de palabras.

Pero si es vestidura, no es vestidura extrínseca.

En realidad, me parece, la poesía se hace de adentro hacia afuera. Es un vestido que surge de lo dicho, y no en tanto dicho; no es un vestido que se aplica a lo intuido o pensado o visto. O en todo caso, es más lo que surge de las cosas que lo que surge del poeta, aunque se lo pueda de todos modos considerar al poeta como el autor.

El traductor, digamos.

En cualquier caso, una cosa es esa síntesis de experiencias sensibles e intelectuales que va a parar a las palabras de los versos y otra cosa es la mirada, por decirlo de algún modo, que no sintetiza ni analiza: ve, simplemente. Es, por lo pronto, una mirada, obviamente, más cercana a la intuitio que a la ratio.

Pero hay que decir que sin Platón, la frase de Aristóteles es incomprensible. Sin entender la causa de la poesía como visión completa de una esencia existiendo y al mismo tiempo una mirada analógica sobre toda esencia existiendo, no hay modo de entender el valor universal de la poesía. No es que Platón haya dicho esto. Es que, en lo que se ve, se ve más de una 'participación', no solamente la de la propia cosa vista.

No se trata tanto de que uno vea en una cosa su 'eidos', su 'idea' perfecta participada en la cosa que se está viendo.

Lo que de las cosas puede verse -con los ojos, con la inteligencia, con el corazón- es lo que en las cosas hay. Pero en las cosas hay -digámoslo así- una participación exitencial, la participación de una existencia también. Y eso se ve juntamente.

Lo que a un poeta se le atribuye, al fin y al cabo, es antes que nada esa familiaridad para pasearse entre las cosas -por dentro y por afuera de ellas (aunque las cosas sean en ocasiones otros hombres o el mismo)-, como si el poeta fuera de algún modo el hombre primigenio, que habla con Dios en medio del Jardín primero, hablando a la vez con las cosas allí plantadas.

Por otra parte, habría que decir que el poeta ve palabras. Y esto es más difícil, me parece, todavía.

El poeta ve una cosa que nunca llamaríamos palabras, pero que son palabras. Son logoi y voces a la vez. Por esa razón, además, entiende fácilmente las palabras y ve en ellas los logoi. Como a la inversa: de los logoi educe las palabras que los significan de la mejor manera -cuando acierta-, con igual facilidad.

Sin poesía, al fin de cuentas, no solamente la visión es opaca sino que lo visto no se entrega.

Quiero decir que la poesía es producto, pero a la vez producción.

Pero Machado dice que es palabra esencial en el tiempo. Y esto no contradice lo anterior.

¿De qué otro modo podría el hombre producir su creación imperfecta si no fuera en el tiempo? Él es tiempo. Está hecho de eso. Y es del tiempo.

Pero bien apunta Machado que no es cualquier palabra -que ya de suyo es una realización también material y por lo mismo temporal-, sino que es una palabra que debe destemporalizar al mismo tiempo lo que nombra.

Pero, entonces, ¿qué nombra?

Eso es logoi, Antonio. La máxima existencia, Antonio, está fuera del tiempo.

Dicen los 'lógicos' medievales que de un modo son las cosas en la realidad, de otro son en el entendimiento y de otro son en el lenguaje.

Muy cierto, sí.

Los modos de ser de la realidad para el hombre.

Muy cierto. Y que no son idénticas las tres instancias de la realidad, también es muy cierto.

Pero hay más cosas que las que sueña nuestra filosofía. Y eso también es verdad. Y muchas más que las que trata de atrapar nuestra lógica. Porque nuestra lógica temporaliza, en realidad, aunque generalice. Y generalizar no es eternizar.

Inmoviliza en el tiempo, concibiendo como estáticas y delimitables en el concepto o en la voz que lo significa, lo que es dinámico e inagotable para los ojos y para el propio entendimiento. Cuanto más para la materialización de la palabra.

La poesía, me parece, no solamente es más filosófica que la historia.

La poesía es más próxima a la realidad que la filosofía, especialmente si es una filosofía atada a los logicismos, tanto a los estructurantes como a los descontructores.

Hay algo que la poesía puede hacer y que ninguna otra realización humana puede hacer.

Como único fundamento para esta presunta arbitrariedad, diré que los místicos, al hacer efusiva la experiencia de sus vías, traducen en palabra que llamamos poética no solamente lo que ven, sino aquello en lo que están, es decir el género de vida en el que están viviendo.

Y esto es así, me parece, porque aquello que ven y aquello en lo que están es precisamente inefable.

Su densidad es inefable. Su luz es inefable. Su gozo es inefable.

Y para eso existe la poesía: para decir lo inefable, cuando hay que decir lo inefable. Aunque no siempre hay que decir lo inefable, cuando se dice, se dice en palabra poética. Y no hay otro modo de decirlo mejor, salvo la visión.

El Cántico Espiritual, o tal vez más aún el Cantar de los Cantares, me parece, le dan perfecta razón a Aristóteles. Porque me parece que eso mismo que dice San Juan de la Cruz, como una narración -aun celosamente heurística- no podría decirse.

La más exquisita muestra lírica de las Escrituras Sagradas no menciona a Dios. No lo menciona el Cantar por excelencia, el Cantar de los Cantares. Y sin embargo, ¿de qué otra cosa habla en su erótico y circunstanciado relato?

Pero esto le da tanta razón a Aristóteles como a Machado.

Y vaya si es experiencia de un hic et nunc, como quiere el sevillano, el Cantar de los Cantares.

Claro que, tal vez, Machado destilaba un poco de 'compromiso' ideológico, escapándole a la poesía de doctrina, o a la Torre de Marfil, a los esteticismo o a los moralismos.

Tal vez esa encarnación temporal que pretendía, era una inserción en el tiempo inmediato al poeta, como una especie de militancia junto al hombre concreto, inmediato, temporalizado. Y una militancia destinada a validar sólo o preferentemente lo que es experiencia inmediata y concreta.

Pero es más que eso lo que ha dicho, quisiera decirlo o no. Porque tiene razón al pedir que el poeta pesque peces que puedan seguir viviendo después de pescados.

Eso es más que la consonancia con su conciencia y su vida aunadas o recíprocas.

Esa marca temporal que tienen las cosas y que tienen especialmente para nosotros -por ser lo que somos y cómo somos- no es simplemente un dato, una condición que acompaña nuestra materialidad, y aún más: nuestra composición de acto y potencia.

De ella, de la temporalidad, nos valemos, además, para entender la existencia, para saber que hay algo tal como el existir. Y aun el ser.

Lo que Machado pide es un 'siendo', con toda la carga temporal y a la vez 'eterna' que eso tiene.


Y eso, finalmente, hace la poesía cuando es poesía.