lunes, 29 de noviembre de 2004

La revista Jauja cerró con el número 36, salía mensualmente. En el último Directorial, el de diciembre de 1969, Castellani -tenía por entonces 70 años, murió en 1981- hace un rejunte de razones. Nerviosas razones, como es su estilo. La cultura del día, la política del día, la historia del día, la Iglesia del día, la Argentina del día. Y sin embargo, no suena a actualidad, a actualismo. Un paisaje que más o menos uno reconoce porque estamos en medio de él. Pero visto de modo distinto. No sé si hoy por hoy la tarea de quien piensa por los demás -por lo menos para los demás- no tendría que ser ver lo que todos están mirando. Y decir lo que va viendo. Y casi nada más.

Castellani habla de las razones por las que ya no saldrá la revista, con cierta melancolía y bastante sal. También habla de lo que somos. Poca y no del todo buena educación, poca Iglesia y poca inteligencia en la Iglesia y en la sociedad y en la política, no mucha gente buena en esos lares y alguna gente buena y no poca gente inteligente en todas partes. Pero, eso es también parte del problema, en cualquier parte y desparramada.
Por lo tanto, lo que hay alomás es semilla; y por tanto tendrá que obrar como semilla, lentamente y por almácigos; y el resultado irlo a esperar a la Chacarita.
Estoy de acuerdo. Varias veces Castellani se ve como periodista. Y parece un acto de falsa humildad. Me parece que es un acto de lucidez y un programa intelectual de un intelectual, que es lo que era y no de un hombre de acción. ¿Cómo se le da a alguien un libro a leer, por ejemplo, si quien lo da sabe que quien lo recibe todavía debe aprender vocales y consonantes, si acaso sabe lo que son? Parece que el tipo que sabe cosas, no solamente sabe, socráticamente, que todavía no sabe lo que hay para saber. Parecería que el tipo que sabe, sabe que los demás saben algunas cosas y sabe que los demás no saben. Y tiene que tenerlo en cuenta y no volverse loco por eso. Ni amargarse demasiado la vida, ni sentirse fáusticamente condenado a la excelencia.

Me pregunto si alguna vez se entendió que en la última parte (la mitad) de su vida -desde que lo vio o desde que pareció entenderlo de un modo que no sé por dónde le vino-, Castellani no podía dejar de ver la historia a la vez con pasión actual y con pasión 'parusíaca'. Creo que no. Creo que se le endilgaba sin más el mote talismánico de apocalíptico. Y listo.

Me recuerda esto la poca advertencia de la mayoría de los que predican los domingos en misa. Ayer estaba mandado leer un fragmento del protoapocalipsis del capítulo 24 de San Mateo. Nos pone la liturgia frente a esto con cierta obviedad: hay que estar preparado: Él Viene. Está su pasaje paralelo en San Lucas, apenas más breve, pero en cualquiera de ambos todo el discurso hace sentido al hablar de la Segunda Venida paralelamente con la destrucción de Jerusalén. Pero siempre con la paradojal alegría porque los signos anuncian la Venida.

Y, entonces, corre una especie de pavor por las voces y los gestos de la mayoría de los predicadores que no saben cómo pedir disculpas por semejantes textos, y se llenan de alegorías y piedades vacilantes. Me da la impresión de que con eso lo único que consiguen es marcar como a fuego el temor a la Venida Segunda. Y no solamente temor, que al fin y al cabo..., sino que llegan a quitarle todo vestigio de alegría al Acontecimiento, alegría hija y vecina de la Esperanza.

Parecería hasta cosa de falta de coraje personal, ni siquiera digo de coraje intelectual o instrucción teológica. Tanta advertencia sobre no predicar que el tiempo termina alguna vez, tanta insistencia en usar el adjetivo apocalíptico para lo nefasto y evitable. Ni siquiera advierten por qué la liturgia pone unos textos como éstos al comienzo del Adviento, como puerta de preparación a la Navidad, la Primera Venida. Dónde está la Buena Noticia.

Cuando vean que todas estas cosas pasen: Levanten la cabeza, alégrense... Nos las arreglamos para que esto parezca humor negro.

Por cierto que en muchos, de distinta laya, hay un vértigo hacia la calamidad, un paladeo del desastre, una complacencia en que se verifique la catástrofe. Por supuesto que hay ese espíritu de "cuanto peor, mejor". Un modo sutil de la desesperanza, vestido de esperanza...de la calamidad, con la excusa de que es signo del final feliz.

Pero si bien es cierto que eso es una renguera muy grave del corazón, no creo que sea cierto que los doctores de la ley lo adviertan necesariamente por esa razón. Porque si esa fuera la razón hablarían los amonestadores menos de la calamidad y más de la alegría de la Venida. Y de la Venida ni hablan. Ni quieren que se hable.

En su último directorial de Jauja, Castellani sí habla:
Yo a los demás no sé decirles lo que hacer; y a mí mismo, lo que dijo el Papa el día de Garibladi (habla de Pablo VI): "... el arte del periodista: la difusión clara y valiente de las ideas". Pero se guardó en el buche el confesar que si hubiese seguido ese consejo cuando escribía en "La Voce del Pópolo" de Brescia, jamás hubiese llegado a ser Papa.

Yo por lo menos no llegué a Deán, como mi tío el cura. Pero eso ahora ya poco importa; y a mí personalmente, nada. Yo voy a morir mañana.

Cuando yo era chico, un Tuttaventi protestante le vendió a mi madre un magnífico libro telarroja, titulares en oro, llamado "El Rey que Viene". Yo lo pasé de cruz a tabla no sé cuántas veces al libro, porque tenía figuritas; y me quedó grado en las entretelas ese título: "El Rey que Viene" hasta hoy día. Nunca lo pude olvidar.

Ahora a los 70 sí que viene de veras (inevitable) el Rey que viene a salvar, el Rey que viene a remediar, el Rey que viene a resucitar. O la Reina, mejor dicho. Es la muerte; y lo que detrás della ocurre -si Dios nos pilla confesados.

Como un petrel que sobre la erizada
superficie del mar plúmbea y movida
volando sin cesar toda la vida
y con las olas por precaria almueada.
La su indígena playa ya olvidada
toda esperanza de volver perdida
así boga mi alma mal dormida
sobre una eterna soledad salada.
Sólo un oscuro instinto la encamina
Un increíble esfuerzo la sostiene
Un fuego la alimenta y determina
el aire la mantiene
Hacia el bajel azul de un Rey que viene
Hacia un sueño de amor paraselene
y una ignota golconda diamantina.
L.C.C.P.

"Paraselene" ¿qué es eso? Y... será algo de navegación espacial.

Hay otros montones de cosas que decir, pero tengo pereza.

Indudable la revista contribuía a mantenerme alegre; pero... quizás ya no es más tiempo de andar alegre, yo por lo menos.

No le faltan travieso humor a estas útimas líneas, sobre todo para fustigar a la propia musa, un tanto huesuda de flaca, en los versos, especialmente.

Me parece que del Erjómenos, de El Que Viene, hay que hablar. Es el modo de ver la historia para un cristiano. No solamente la historia histórica, los movimientos masivos y espectaculares de la humanidad. También la historia personal, la propia.

Nos cuesta tanto aplicar nuestro sentimiento ante el Pesebre a la Segunda Venida. Nos cuesta tanto aplicar el amor tierno a la Segunda Venida. ¿Cuándo ese tierno y amoroso Niño se volvió el refulgente y sombrío Vengador que llega al Final con su caballería de Ángeles flamígeros? Nos los explican con las figuras del Novio, del Amado. Y no hay caso. Hasta a veces parece que preferimos que nos lo digan sin otra figura más que con la del Señor severo, con el imprevisto Ladrón nocturno. Porque así sí parecería que entendemos que el final tiene que ser un desastre. Un desastre 'apocalíptico'. Y, sin embargo...

No hay modo de que pongamos la palabra Amor en medio -y antes, y durante, y al final- de rayos y centellas, de torrentes y sangre, de maremotos y valles repletos de guerreros. Y, sin embargo...

Nos profetizan la llegada del Novio y el Banquete de la Boda con la Amada del Cordero y de algún modo nos las arreglamos para que suene a luto y velorio. Y, sin embargo...

Tenemos de la Gloria un concepto tan gris y cadavérico. Y, sin embargo, el Libro de la Revelación dice al final:
Yo, Jesús, envié a un ángel para testificaros estas cosas sobre las iglesias. Yo soy la raíz y el linaje de David, la estrella brillante de la mañana. Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que escucha diga: Ven. Y el que tenga sed, venga, y el que quiera tome gratis el agua de la vida.