jueves, 26 de octubre de 2023

Auream quisquis mediocritatem diligit (II)




Nada en demasía
, dice Platón en el Filebo, un diálogo (con Protarco más que con Filebo) dedicado a la naturaleza y la calidad de los placeres, así como a la jerarquía que hace a la inteligencia un bien mayor y más noble que el placer. 
Filebo dice, que el Bien para todos los seres animados consiste en la alegría, el placer, el recreo y todas las demás cosas de este género. Yo sostengo, por el contrario, que no es esto, sino que la sabiduría, la inteligencia, la memoria y todo lo que es de la misma naturaleza, la justa opinión y los razonamientos verdaderos son, para todos los que los poseen, mejores y más apreciables que el placer a la par que más ventajosos a todos los seres presentes y futuros, capaces de participar de ellos. ¿No es esto, Filebo, lo que uno y otro sostenemos?
¿Esa máxima que menciona Platón dice lo mismo que aquello a lo que apunta Horacio con su aurea mediocritas? Pues, que me perdonen los peritos, pero no es lo mismo, a mi juicio.

Y por lo pronto no lo es porque, a mi entender, Horacio parece desdeñar la grandeza de la magnanimidad y de la consecuente magnificencia, mientras que Platón no la desdeña sino que, más bien, la pone como condición de la virtud misma. 

Algunos asimilan lo de Horacio al justo medio virtuoso en materia moral. Pero la aspiración del justo medio en el orden moral es en razón de que, dada una acción determinada (así como su naturaleza y fin), el exceso como el defecto, respecto de tal acción, no son virtuosos. Sin embargo, ocurre habitualmente que cuando se considera algo ser de más o de menos, no se mide con la naturaleza de la acción sino con el placer subjetivo del individuo como resultado de la medida de su acción o su omisión, y creo que Sócrates estaría de acuerdo con esto que digo.

Nada en demasía no se compadece con la aurea mediocritas sino con el secundum rationem de la doctrina moral realista.

“El bien de cualquier ser consiste en que sus operaciones estén de acuerdo con su forma. La forma propia del hombre es su alma racional. Por eso sus operaciones serán buenas si están de acuerdo con la razón recta”, dice santo Tomás de Aquino, comentando a Aristóteles. Y es el mismo Aristóteles el que advierte en la Ética a Nicómaco que, habitualmente, los errores respecto a lo que es bueno o malo se deben a procurar algún placer, que parece ser un bien, aunque no lo es.

La cuestión es importante, tuviere o no uno tiempo, espacio y oportunidad de desarrollarla. Por lo pronto, es importante en el orden personal tanto como social, porque aurea mediocritas –tal como la expone Horacio en su Oda– parece ser la medida de la cultura ambiente contemporánea, de los criterios dominantes. Todo tan fácilmente confundible con la prudencia, la racionalidad y hasta el mismo realismo filosófico. Y así es cuando, diría, el criterio es en última instancia de qué acción se obtiene más placer. Y lo destaco porque hay que ampliar el sentido en que se entienda eso que llamo aquí placer, más allá de lo que carnal o materialmente se entiende de habitual.

Ahora bien (y como ejemplo).

En estos días se habla demasiado del mal menor, y se pontifica respecto de él y de su aplicación a cuestiones inmediatas de lo político, como es una elección entre candidatos. Si fuera eso solamente no habría que preocuparse en exceso: la peor consecuencia es la del aburrimiento que causa oír argumentos a medio cocer y partisanos, tratando de justificar "algún placer" individual. Y sentirse confirmado en su propia elección vale como un motivo de placer. Y la conformidad que se sigue de no tener que abordar arduidades incómodas, no califica menos como placer. Arduidades tanto de pensamiento, en primer lugar, como de acción, finalmente, tratándose de lo político.

¿Será posible arrastrar al bimilenario Quinto Horacio Flaco y a su Oda a ese barro?

Pues fíjese que su servidor cree que sí.

Veremos.