miércoles, 11 de octubre de 2023

Apunte sobre el estado de la nación (V)




Según quién lo diga, lo que viene no es bueno. Y lo curioso es que cualquiera que lo dijere tendría razón, aunque por motivos distintos.

Con una salvedad: sólo estarían conformes con lo que viene ciertas clases de personas, y eso según su posición al final de la reyerta eleccionaria, lo que incluye principalmente a la dirigencia del país, de cualquier ámbito, que, mal que mal, también son personas.

Pero el hombre común no puede estar conforme, aunque para hacerse cargo seriamente de esa perplejidad o desazón y darle un rumbo distinto a sus preocupaciones, tendría que pensar en cosas más graves que las escapadas del dólar o el nivel de los precios.

Ambas cosas deberían ser para él los signos claros de que, si esas cosas son de algún modo importantes, él no tiene modo de defenderse de lo que ocurra con ellas. La ilusión de que puede hacerlo a corto plazo corriendo detrás de las monedas o acopiando bienes no perecederos, es exactamente eso: una ilusión de corto plazo. El hombre común no tiene espaldas para afrontar los ataques cruzados de los poderes que intervienen. Sólo tiene espaldas para soportar el yugo que sobre él descarga la dirigencia política o económica, de un modo u otro, según el caso. 

De la única cosa que se ha venido hablando con pasión es de la economía. La izquierda y los progresismos anotan algunas líneas más ("derechos", por englobar genéricamente sus preocupaciones reales o aparentes), pero sin la convicción que ponen en su furia por las cuestiones económicas y financieras, porque su matriz ideológica les impone subordinar a lo menos lo más, según los postulados de esa matriz.

En esas materias, con todo, hay que distinguir entre lo que dice la izquierda o lo que postula y empuja el progresismo que gobierna (o que quiere gobernar). La izquierda no puede sino hacer un planteo maximalista, por convicción ideológica o para diferenciarse, en una genérica lucha de clases que es el leit motiv del que dialécticamente no puede deshacerse. El progresismo –más o menos capitalista, según cuán a la izquierda o a la derecha ideológica esté– tiene un menú más nutrido, aunque rueda en una dirección que hoy por hoy es global, es decir, una agenda preestablecida que depende de condicionamientos planetarios y de grandes bloques, más que de proyectos nacionales.

En ese sentido, la aparición de un personaje como Javier Milei podría desorientar: algo insólito y nuevo que cambia los ejes de las discusiones. Pero para poder definirlo así habría que conceder que sus postulados son personales y creativos, cuando en realidad sólo son una retórica brutal y disruptiva en el ámbito local de recetas socioecómicas y financieras conocidas. Y son y seguirán siendo retórica hasta tanto le llegue el turno, si le llega, de ejecutar efectivamente sus galimatías econométricos y sus exabruptos.

Pero siempre es la economía. Y en eso hay un mensaje adicional: la matriz económica define cosas más importantes que la misma economía. Eso es marxismo explícito, y hasta en su versión pregramsciana. Pero es marxismo explícito porque es materialismo explícito. Y eso no es patrimonio del marxismo, ni única ni principalmente. De modo que, en ese sentido y así visto, Milei es tan marxista como Bregman y Bregman es tan liberal como Milei.

Para que fuera de otro modo, la política tendría que poner orden. Pero la política en la Argentina no puede, no sabe y no quiere. Y no puede porque no quiere y no puede porque tampoco sabe, aunque quisiera poder.

Que no pueda con eso la dirigencia política es grave, pero conocido. 

Sin embargo, un aspecto menos o nada frecuentado de la batalla cultural que se pretende, es elaborar, impulsar y realizar un modelo de vida política de la polis. Pero hasta donde alcanza a verse, no hay espacio intelectual ni espiritual para eso. Ni hay voluntad política para pensar políticamente la vida política de la polis. 

Mientras tanto, el hombre común, el hombre de la calle al que todos dicen defender, es el rehén de las cuentas que otros hacen por él. Y contra él.