miércoles, 25 de octubre de 2023

Auream quisquis mediocritatem diligit (I)


Rectius vives, Licini, neque altum
semper urgendo neque, dum procellas
cautus horrescis, nimium premendo
litus iniquum.

Auream quisquis mediocritatem
diligit, tutus caret obsoleti
sordibus tecti, caret invidenda
sobrius aula.

Saepius ventis agitatur ingens
pinus et celsae graviore casu
decidunt turres feriuntque summos
fulgura montis.

Sperat infestis, metuit secundis
alteram sortem bene praeparatum
pectus. Informis hiemes reducit
Iuppiter; idem

summovet. Non, si male nunc, et olim
sic erit: quondam cithara tacentem
suscitat Musam neque semper arcum
tendit Apollo.

Rebus angustis animosus atque
fortis appare; sapienter idem
contrahes vento nimium secundo
turgida vela.

Es la número X del libro segundo de las Odas de Q. Horacio, que murió apenas empezaba la era cristiana.

La mayor parte de su vida fue epicúreo, filosofía que aprendió en Atenas. Y, pese a eso, siempre creí que había algo de irónico en estos versos, aunque también por otra parte se adecuan a su filosofía.

Lo digo porque, de ser literal la interpretación, y no buscando en estos consejos a Licinio ulterioridades morales que beneficien a Horacio, atribuyéndole principios que tal vez no profesaba, se me hacen estos versos algo pusilánimes, más que epicúreos. Algunos sabios ven allí una expresión del justo medio moral en la aurea mediocritas. A mí, que no soy sabio, me cuesta ver eso.

En la número XI del primer libro, aparecen más consejos, esta vez dirigidos a una tal Leuconoe, entre los que figura al final, precisamente, el famoso carpe diem, que apunta a su filosofía de base:
Tu ne quaesieris – scire nefas – quem mihi,
quem tibi finem di dederint, Leuconoe, nec Babilonios
temptaris numeros. Ut melius quicquid etir pati.
Seu pluris hiemes seu tribuit Iuppiter ultimam,
quae nunc oppositis debilitat pumicibus mare
Tyrrhenum, sapias, vina liques et spatio brevi
spem longam reseces. Dum loquimur, fugerit invida
aetas: carpe diem, quam minimum crédula postero.  


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Dos traducciones de autores distintos, que pueden seguirse con confianza, al menos para entender los latines de Horacio. Advierto que la traducción de la segunda se me hace fiel, pero durísima al oído. No así, en cambio, la primera, que me cayó mejor. 

Odas II, 10.

Vivirás más tranquilo, buen Licinio,
si en alta mar no bogas, ni tan cerca
de la orilla navegas, precavido, 
temiendo las tormentas.

Aquel que escoge la áurea medianía
no tiene, por prudente, un techo vil
pero también carece de palacio
por todos envidiado.

Castiga más el viento a los erguidos
pinos; peor caer desde altas torres,
y los relámpagos fulminan primero
las cumbres de los montes.

Un pecho bien templado entre lo adverso
aguarda, y en la suerte teme el cambio.
Júpiter trae inviernos, pero luego 
él mismo los destierra:

aunque el mal se presente, no es eterno.
Igual Apolo, que a veces despierta
con su lira a las Musas, y otras tensa 
la cuerda de su arco.

A la mala fortuna planta cara
manteniéndote firme y animoso;
recoge velas si un viento propicio
las hincha demasiado 


Odas I, 11.

Tú no pretendas buscar – es sacrilegio – qué fin a ti o a mí, 
dieron los dioses eternos, oh Leuconoe, ni babilonios signos 
tientes tampoco medir. ¡Cuánto mejor sobrellevar los hados! 
Si numerosos inviernos Júpiter dio, si último es este ya 
que alza gastadas piedras desmenuzando ahora al Tirreno mar, 
sabia tú tienes que ser, vinos filtrar, y en espacio breve 
larga esperanza podar. Mientras hablamos, huye fugaz el Tiempo 
ávido: gánate el día; nada confíes en el mañana incierto.


(Las traducciones son de la pluma de Ernesto Hernández Busto y de Manrique Altavista, respectivamente.)