martes, 24 de marzo de 2020

El mal hipnótico







Por esta vez, puede "leerse" en la versión de Jackson. Aunque los textos están tocados por su mano, lo substancial, lo que importa ahora, está.

Varias veces a lo largo de El Señor de los Anillos, Tolkien advierte acerca de mirar demasiado la cara del mal. Y eso, básicamente, porque es hipnótico.

Y porque, en esa hipnosis, el mal logra hacer desaparecer o logra ajar y desvirtuar lo bueno hasta hacerlo aun indeseable, detestable, doloroso y hasta con un dolor que puede insultar lo bueno.

Porque el mal querría que no viéramos lo bello que odia, lo bueno que aborrece, lo verdadero que desprecia. No tendrá esclavos hasta que eso pase. Un amor libre y sencillo a algo verdadera y buenamente bello rompe el hechizo, la hipnosis, las cadenas.

Y esa cadena es también el grito de los Nazgûl que aterra y desespera a los hombres. Un grito que lacera y que, aunque no suene en el aire, estremece igual el corazón de los hombres y los acobarda. Los desespera.

No a todos.

Tolkien quiso que, en particular, el hobbit común y silvestre, el más pequeño de los Medianos, no le quitara la vista al bien en ningún momento: Sam Gamyi.

Quiso que él no le quitara la vista a lo bueno de la belleza. A la belleza de lo bueno.

Sam Gamyi ama la Comarca y su Medianía, las frutillas, los campos, el conejo guisado, las canciones que hablan de héroes y de elfos, los avellanos en flor, la primavera del mundo. De este mundo, sí. Pero que representa y simboliza otra Primavera que no es en este mundo. Ni de este mundo.

Sam Gamyi, rectamente, buenamente, cordialmente, ama.

Es el gran secreto.

No olvida amar. No deja de amar. Por amor a lo que ama, obra. Aun en la hora más terrible y oscura cuando parecería que nada hay que esperar, que no hay esperanza. Ama y porque ama, continúa. Y continúa porque no ha perdido la esperanza.

También lo dijo Simone Weil: lo que hace que un desgraciado no sea un desesperado es que aun en la suma desgracia, no se olvida de amar.

Y se ama lo que es bueno amar, lo que es amable, lo que lleva sembrada la semilla de un Amor que lo ha hecho existir.

Y que existe no solamente porque es bueno que exista, sino, tal vez, como un memento boni, un memento pulchri, un memento veri.

Para que en la hora que a uno puede hacérsele la más oscura, quitándole la vista al mal por un momento, sustrayéndose al mal hipnótico, y volviendo la vista a lo bello, no olvidando lo bueno y no olvidando lo que es más verdad que todo, recuerde amar.

Y recuerde que ama. 

Y no desespere.