domingo, 22 de marzo de 2020

Non omnis moriar (II)




La muerte es apenas un poco más joven que el hombre. Y ella, en este mundo, "sobrevivió" al primero (al menos, así habría de ser por un tiempo...). Lo que significa que la extensión del asunto es casi la extensión misma de la humanidad en este valle.

Donde queramos empezar, podremos. Así, aunque casi oxímoron intencional, puede seguirse la vida de la muerte en cualquier momento del tiempo. Y de ese modo ver cuáles son los gestos del hombre ante "la hermana muerte corporal", como la llama san Francisco, en el que dicen ser el primer poema en italiano, o en dialecto umbro, mejor:
Laudato si mi Signore, per sora nostra Morte corporale,
da la quale nullu homo uiuente pò skappare...
No sólo a los filósofos y poetas el tema los acucia, y por eso está en la lista que resume los pocos asuntos que el hombre no puede ni quiere evitar o desatender.

Uno de los capítulos que apasiona a los arqueólogos y antropólogos, precisamente, es el de los rastros de los ritos funerarios de la antigüedad. Una de las razones de esto, diría un servidor, es que tal vez como muy pocas cosas, son un signo inequívoco de presencia humana. Además, claro, de poder ver, por esa pequeña ventana, el mundo interior y la concepción del tiempo y de la vida y de la propia muerte que pudieron expresar de ese modo.

Pero por el momento no voy a entrar en más honduras. Y siguiendo lo dicho empezaré estas líneas por cualquier parte.

Por ejemplo en el escudo de armas de los Zorrilla, antigua familia cántabra desde el siglo XII y con armas documentadas ya en el siglo XVI, reza el lema
Velar se debe la vida de tal suerte que viva quede en la muerte
En otras heráldicas asturianas, como la de los Mesta o los Guerra, dice algo parecido
Nada hay que más despierte que velar sobre la muerte
Otras heráldicas son en un sentido importante todavía más claras, aunque más difíciles de entender ahora, aplicadas a este asunto.

Los Lasso de la Vega, o de la Vega a secas, tienen en su escudo solamente las palabras Ave María, en azur sobre un campo de oro.

Según el Catálogo de la Real Armería, la razón de esto hay que buscarla en la batalla del Salado de 1340 y en la concesión que Alfonso XI le hizo a Garcí Lasso de la Vega de usar esta divisa en sus armas (lasso parece no haber sido un apellido sino un mote, algo así como cansado, y no era suyo sino que le venía de familia). En esa batalla, don Garcilaso arremetió contra un moro en medio del combate porque llevaba atada a la cola de su caballo una estela con esas palabras, como botín y afrenta a la vez. La recuperó y la lució en sus pendones primero y en sus armas después.

¿Qué tiene esto último que ver con lo anterior? Ya veremos.


Nomás rastrearlo, el primero de los lemas que mencioné suele atribuirse a santa Teresa de Ávila, pero (al margen de que parece ser anterior a sus días) nunca encontré -seguramente por impericia- el lugar donde dice esto así o algo parecido. Es verdad que el sentido de la expresión bien podría ser suyo de ella. Pero de tantos otros...españoles, por caso.

No me parece justo detenerme en el siglo XVI o algunos antes para buscar lo que dijeron o exhibieron otros sobre el asunto en palabras muy parecidas, casi desde siempre.

Por ir atrás, vayamos al Fedón de Platón. De este diálogo se sigue la idea de que la vida de un filosofo es una meditación sobre la muerte. Algunos citan así tal cual la expresión como si esas palabras fueran suyas. Pero no dijo eso exactamente, aunque bastante parecido.

Prueba de esto es que Cicerón en el libro I de las Tusculanas lo refiere así:
Tota enim philosophorum vita, ut ait idem, commentatio mortis est. (Pues toda la vida de los filósofos, como dijo él mismo, es un comentario/meditación/reflexión de la muerte) 
y ese ut ait idem se refiere a Platón.

Los estoicos alrededor del mismo tiempo ciceroniano decían cosas parecidas. Epicteto, por ejemplo:
Deja a otros que se dediquen a estudiar cosas del derecho, a la poesía o a hacer silogismos. Tú dedícate a aprender a morir.
Y esto también quizás trayendo el asunto del Fedón, donde se la presenta como maestra del conocimeinto, con la idea de que los verdaderos filósofos se ejercitan para la muerte. Expresión la última que no deja de estar llena de sugerencias interesantes.

Los epicúreos, sin embargo, descreían de la sobrevida y consideraban, lo digo a mi modo, que la muerte no era una puerta sino una pared, detrás de la cual había nada. Y con eso, a gozar sin tanta milonga.

Con algo más de pesimismo, y fiel a su estilo, sirve Schopenhauer como complemento epicúreo y contraste con lo demás. Nos recuerda Josef Pieper en Muerte e Inmortalidad algunas de sus frases:
¡No temas! Con la muerte dejas de ser algo, que mejor hubiera sido no haber empezado a serlo. En el fondo somos algo que no debería ser; por eso cesamos de serlo un día. Quizás la propia muerte será para nosotros la cosa más fabulosa del mundo.
Tal vez el propio Cicerón, en la segunda de las 6 paradojas que analizó de los estoicos (breve y sabroso trabajo de Marco Tulio), le contestó a Schopenauer, y a otros, aunque allí acotando el alcance todavía a este mundo y a este tiempo.
La muerte es algo terrible para aquellos para quienes con la vida se extingue todo. Pero no lo es para los que no pueden morir en la estima de los hombres.

De modo que el pervivir (que no es sobrevivir, a secas) no es asunto nuevo, de un modo u otro. Los hombres hemos insistido en esta idea durante miles de años, con sus más y sus menos. Temor a la muerte, aferramiento a la vida, deseo de perdurar.

En su línea, eso es Non omnis moriar, después de todo.

Pero el asunto aquí no es qué cosa sea la muerte. El asunto es qué significa vida.

No es definitorio saber qué nos significa dejar de existir, sino qué nos significa no dejar de existir y qué nos empuja a eso, dicho sea al pasar y no tanto.

Pensar en la muerte es pensar indirecta o directamente en la vida.

No se trata de nuestra concepción de la muerte. Se trata de nuestra concepción de la vida. Es el busilis del asunto.

Para paganos, ateos, creyentes y mucho más para un cristiano.

Dejar viva la vida en la muerte es toda la cuestión.

Ya dije qué significaba esa vida de la gloria y fama temporales, esa pervivencia histórica en la memoria de los hombres porvenir.

Eso existió. Y existe aún hoy.

Por otra parte, en marenostrum, la bitácora de músicas, dejé una Passacaglia della Vita barroca que hace pendant con estos asuntos. En la última estrofa, dice:
E quando che meno
ti pensi, nel seno
ti vien a finire,
bisogna morire.

Se tu non vi pensi
hai persi li sensi,
sei morto e puoi dire:
bisogna morire.
Con notas características de este tópico de la fugacidad de la vida, se habla de la muerte y de la fugacidad de esta vida, se entiende, en primer lugar.

Para el mismo tiempo, y parejamente con ese sentimiento poético o filosófico de lo fugaz, en la espiritualidad cristiana había una insistente memoria de lo pasajero de la vida (de esta vida) y de la proximidad desconocida de la muerte, cuya cercanía y presencia nos apremiaba a no morir, a no querer morir para siempre, y así caer en lo que llamó san Francisco, otra vez él y en aquel mismo poema de 1224 (Il Cantico del Sole), la muerte segunda, aquel terrible morir después de haber muerto:
beati quelli ke trouarà ne le Tue sanctissime uoluntati,
ka la morte secunda no 'l farrà male.

En un rapto conceptista, podríamos decir entonces: hay que cuidar la vida cuando uno muere, y condensar así el espíritu de ese espíritu.


Pero me estoy poniendo muy serio. Y ya que mencioné a santa Teresa la Grande, vayamos a ella.

Un recreo, diría.

Escribió mucha poesía dispersa, y por siglos no se le dio demasiada importancia, porque ni ella misma se la daba. Según los biógrafos, muchas veces usaba la poesía para "ver felices a sus hermanas", según decía la santa doctora.

Aunque el tema fuera la muerte y hasta tomado como en broma. Y aún la muerte de Jesús.

Me voy con ella, ahora.


Al Nacimiento de Jesús

Hoy nos viene a redimir
un Zagal, nuestro pariente,
Gil, que es Dios omnipotente.
- Por eso nos ha sacado
de prisión a Satanás;
mas es pariente de Bras,
y de Menga, y de Llorente.
¡Oh, que es Dios omnipotente!
- Pues si es Dios, ¿cómo es vendido
y muere crucificado?
- ¿No ves que mató el pecado,
padeciendo el inocente?
Gil, que es dios omnipotente.
- Mi fe, yo lo vi nacido
de una muy linda Zagala.
- Pues si es Dios ¿cómo ha querido
estar con tan pobre gente?
- ¿No ves, que es omnipotente?
- Déjate de esas preguntas,
muramos por le servir,
y pues Él viene a morir
muramos con Él, Llorente,
pues es Dios omnipotente.


Para una Navidad

Pues el amor
nos ha dado Dios,
ya no hay que temer,
muramos los dos.
Danos el Padre
a su único Hijo:
hoy viene al mundo
en pobre cortijo.
¡Oh gran regocijo,
que ya el hombre es Dios!
no hay que temer,
muramos los dos.
- Mira, Llorente
qué fuerte amorío,
viene el inocente
a padecer frío;
deja un señorío
en fin, como Dios,
ya no hay que temer,
muramos los dos.
- Pues ¿cómo, Pascual,
hizo esa franqueza,
que toma un sayal
dejando riqueza?
Mas quiere pobreza,
sigámosle nos;
pues ya viene hombre,
muramos los dos.
- Pues ¿qué le darán
por esta grandeza?
- Grandes azotes
con mucha crudeza.
- Oh, qué gran tristeza
será para nos:
si esto es verdad
muramos los dos.
- Pues ¿cómo se atreven
siendo Omnipotente?
¿Ha de ser muerto
de una mala gente?
- Pues si eso es, Llorente,
hurtémosle nos.
- ¿No ves que Él lo quiere?
muramos los dos.


A San Andrés

Si el padecer con amor
puede dar tan gran deleite,
¡qué gozo nos dará el verte!
¿Qué será cuando veamos
a la inmensa y suma luz,
pues de ver Andrés la cruz
se pudo tanto alegrar?
¡Oh, que no puede faltar
en el padecer deleite!
¡Qué gozo nos dará el verte!
El amor cuando es crecido
no puede estar sin obrar,
ni el fuerte sin pelear,
por amor de su querido.
Con esto le habrá vencido,
y querrá que en todo acierte.
¡Qué gozo nos dará el verte!
Pues todos temen la muerte,
¿cómo te es dulce el morir?
¡Oh, que voy para vivir
en más encumbrada suerte!
¡Oh mi Dios, que con tu muerte
al más flaco hiciste fuerte!
¡Qué gozo nos dará el verte!
¡Oh cruz, madero precioso,
lleno de gran majestad!
Pues siendo de despreciar,
tomaste a Dios por esposo,
a ti vengo muy gozoso,
sin merecer el quererte.
Esme muy gran gozo el verte.


A la profesión de Isabel de los Ángeles

Sea mi gozo en el llanto,
sobresalto mi reposo,
mi sosiego doloroso,
y mi bonanza el quebranto.
Entre borrascas mi amor,
y mi regalo en la herida,
esté en la muerte mi vida,
y en desprecios mi favor.
Mis tesoros en pobreza,
y mi triunfo en pelear,
mi descanso en trabajar,
y mi contento en tristeza.
En la oscuridad mi luz,
mi grandeza en puesto bajo.
De mi camino el atajo
y mi gloria sea la cruz.
Mi honra el abatimiento,
y mi palma padecer,
en las menguas mi crecer,
y en menoscabo mi aumento.
En el hambre mi hartura,
mi esperanza en el temor,
mis regalos en pavor,
mis gustos en amargura.
En olvido mi memoria,
mi alteza en humillación,
en bajeza mi opinión,
en afrenta mi vitoria.
Mi lauro esté en el desprecio,
en las penas mi afición,
mi dignidad sea el rincón,
y la soledad mi aprecio.
En Cristo mi confianza,
y de Él solo mi asimiento,
en sus cansancios mi aliento,
y en su imitación mi holganza.
Aquí estriba mi firmeza,
aquí mi seguridad,
la prueba de mi verdad,
la muestra de mi firmeza.


Para una profesión

Todos los que militáis
debajo desta bandera,
ya no durmáis, no durmáis,
pues que no hay paz en la tierra.
Si como capitán fuerte
quiso nuestro Dios morir,
comencémosle a seguir
pues que le dimos la muerte.
Oh qué venturosa suerte
se le siguió desta guerra;
ya no durmáis, no durmáis,
pues Dios falta de la tierra.
Con grande contentamiento
se ofrece a morir en cruz,
por darnos a todos luz
con su grande sufrimiento.
¡Oh, glorioso vencimiento!
¡Oh, dichosa aquesta guerra!
Ya no durmáis, no durmáis,
pues Dios falta de la tierra.
No haya ningún cobarde,
aventuremos la vida,
pues no hay quien mejor la guarde
que el que la da por perdida.
Pues Jesús es nuestra guía,
y el premio de aquesta guerra
ya no durmáis, no durmáis,
porque no hay paz en la tierra.
Ofrezcámonos de veras
a morir por Cristo todas,
y en las celestiales bodas,
estaremos placenteras.
Sigamos estas banderas:
pues Cristo va en delantera,
no hay que temer, no durmáis,
pues que no hay paz en la tierra.


¿Y el Ave María, de las armas de los Lasso de la Vega?


Eso, precisamente, significa que me quedé corto con dos partes y tendrán que ser tres.



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En la ilustración de esta entrada se ve una fotografía. Son gentes de Pompeya calcinadas, tal como fueron sorprendidas súbitamente por la onda piroclástica del volcán Vesubio, cuando estalló en el año 79.

A ese lugar que allí se ve, se lo conoció más tarde como El jardín de los fugitivos.