jueves, 4 de abril de 2024

Los odios de los amores (II)





El odio y el amor pertenecen al mismo género de asuntos.

El odio es la repulsión o la aversión, así como el amor es la atracción o la conversión. El amor y el odio empujan en direcciones opuestas. El amor nos empuja al objeto amado (y de suyo amable: de allí su atractivo fundamental). El odio nos aparta de un objeto. Una es la repulsa, otro es el impulso.

Propiamente considerado, en el amor (y no en sus substitutos), la raíz del amor es el amor mismo: que mueve todas las cosas, dice Dante, de las estrellas fijas (que dicen los antiguos) para abajo, todo. Y aun por muy encima de las estrellas fijas: parte del Amor mismo, el motor inmóvil de los filósofos. Que no sólo es motor centrífugo, moviendo lo que no es él, sin que él se mueva. Es también, y por su mismo dinamismo de amabilidad, centrípeto, atrayendo todo hacia él: que es lo amable sumo.

Lo amable en sí, atrae. Y la mayor justicia que puede hacérsele a lo amable es ser atraído por lo amable en tanto que amable. Su dignidad mayor y propia es esa. Ser atraído por algo amable por cualquier otra razón, degrada la amabilidad de lo amado, aun siendo de suyo amable. Y degrada eso que suele llamarse amor en esos casos. 

Lo que se llama habitualmente un amor puro, no siempre se refiere a esto. Pero conserva la nota de desasimiento propio, en favor de algo que es como una perla encontrada y atractiva de suyo: por la perla de suyo valiosa, se desprende uno de sí y de lo propio y va hacia ella por ella misma. Es verdad por otra parte que una expresión más nítida como puro amor, significa a su vez y habitualmente, la atención del alma, y hasta de los sentidos, puesta en una sola dirección por solamente una razón: lo amado es amable. Con todo y eso, en tanto que es básicamente una atracción, las posibilidades de llamar amor a cualquier atracción, vuelve delicado el asunto y confunde, porque es verdad que no todo lo que puede atraer es objeto de amor.

El odio, en cambio, es en general más lineal, más directo y llano. La repulsión tiene muchos menos substitutos, aunque sí puede tener causas diversas. Y algunas de ellas enmascaradas y por cierto que algunas de ellas injustas. De hecho, llamamos odio a la repulsión que puede causarnos tanto lo repudiable como lo amable. Y es obvio que las razones son distintas en cada caso. Odiar lo amable, en tanto que bueno, amable y conveniente, es sencillamente odio, sin más. Pero odiar lo repudiable, en el sentido en que lo repudiable nos cause repulsión, no es lo mismo. 

Aun así, el odio a secas puede tener otras causas más circunstanciales, aunque su fondo será siempre la repulsión. Es decir, lo que cause repulsión o aversión –justa o injustamente– hace que odiemos eso que odiamos.

Hay movimientos del alma que son amores como accidentales, como hay odios de esa misma clase. Y accidentales significa que pueden odio y amor ser palabras idénticas a otras iguales a ellas en su materia pero de significado distinto. Y hasta cada par puede ser de significado distinto del verdadero. De modo que términos equívocos pueden ser ambos. Y frecuentemente lo son. Basta notar en lo que venimos diciendo que los opuestos consideran repulsivas o atractivas cosas distintas en cada caso y así consideran repudiable lo que para su opuesto es amable y amable lo que para su opuesto es repudiable.. 

Esa dialéctica de tender hacia lo opuesto de lo que resulta odiable o amable, es lo que está en buena parte de la raíz de lo que vemos como acción u opinión política. También en la profesión de la Fe o de alguna creencia.

Habitualmente en esos ámbitos se considera bueno y amable lo que se opone a lo que se considera perjudicial y repudiable. Y en tanto que se considera bueno y amable se lo abraza, y, como ya dije, mayor es la fuerza del abrazo cuanto mayor es la repulsa, en una proporción directa.

¿Es ncesariamente repudiable o amable aquello que se repudia y se ama en esos casos? Definitivamente, no.

Y allí aparecen las diversas causas que el odio puede tener, como dije, también causas que pueden ser de suyo injustas, y esto es algo que el odiador-amador habitualmente no advierte, incluso aun cuando se lo señalen y se lo expliquen. Porque no es lo real el paradigma de sus odios y amores, sino algo que se ha puesto en lugar de lo real para que sirva de paradigma.

Las sectas religiosas y los partidos políticos suelen ser ámbitos en los que no es difícil observar esta dinámica. Y es más bien parte de la naturaleza de las sectas y de los partidos políticos la institución de lo repudiable y de lo amable, como premisas que deben concederse previamente, sin lo cual la pertenencia es imposible. 

En todos los casos, esas sectas o los partidos políticos tienen sus "divinidades", siempre impolutas y venerables para los miembros de cualquier rango. Tienen sus mandamientos, sus doctrinas, sus sacramentos, sus iniciaciones y hasta sus sacrificios. Por cierto que tienen a la vez correspondientemente sus excomuniones, sus pecados (veniales o mortales), sus penitencias. Y así siguiendo.

Claro que estas cosas son naturales en las instituciones del hombre y más todavía: en la realidad de toda la existencia, porque de hecho el bien y el mal existen, así como hacer el bien y evitar el mal es un principio indicutible, pero por eso mismo bien y mal son falseables y sustituibles.

Sin embargo, esa falsación no es posible sin que se constituya previamente el catálogo de lo repudiable y de lo amable. Y es habitual que, tanto en las sectas y los partidos políticos, el origen sean los repudios a realidades que se consideran repudiables. Más que el amor a lo amable. Como ya dije, son casos en los que se ama algo (sea lo que fuere ese sentimiento), porque se odia algo que se siente o se piensa repudiable.

Aristóteles sabía, respecto de esto, dos cosas, que dejó dichas en la Ética a Nicómaco.

Por un lado, que el que ejerce en la sociedad el biós theoretikós (es decir, el contemplativo, el que ama la verdad de las cosas tales y como son), es el spoudáios (es decir, el hombre maduro) y por eso mismo, el que le da dirección y sentido a la vida social. 

Por otra parte, sabía que la homonóia, es decir, la concordia de los hombres que viven de acuerdo con el nous, esto es, con la inteligencia que hace saber las cosas tales como son verdaderamente, es la base de la philía politiké, es decir, la base de la amistad política, que significa específicamente la concordia social en procura del bien común de la polis.



(Continúa)