viernes, 22 de octubre de 2021

Memorias del bodegón: 5. En círculos




Capítulo 1.Capítulo 4.


– No voy a decir que el tiempo es cíclico, pero más o menos. Cardozo habló como sin pensar, parecía molesto o al menos cansado a esas horas de la noche. Y era verdad que la tenida se había extendido.

El invitado lo miró con una sonrisa extraña, fruncido el ceño, ladeada la cabeza, como si hubiera visto un caballo con galera sentado en la mesa de al lado.

– ¿Es así...?, dijo con intención. No diría eso y tampoco lo diría un cristiano, supongo. Salvo que cíclico se refiera a otra cosa...

– Digo que las cosas se suceden pero también se repiten. Crisis, triunfos, demoliciones y restauraciones. Creo que los hombres nos repetimos. Y no me parece que el tiempo tenga contenido, como se dijo recién. El tiempo es la historia misma, lo que cambia y se repite pasa en el tiempo, pero la historia es ni más ni menos que el tiempo pasando. Los que siempre quieren ir para atrás, por ejemplo... No se dan cuenta de que eso no se puede, por un lado, y que lo que buscan atrás seguramente va a volver a aparecer adelante... ¿Hubo derrotas y después victorias? ¿Hubo caídas? ¿Y qué? ¿No hubo resurgimientos después de los tropezones? ¿O la Iglesia se terminó con las persecuciones a los mártires? ¿Y con la separación de Lutero? ¿Con la revolución francesa? ¿Ven? No sé por qué no hay que ver ese círculo de repeticiones como la constante de la historia. Y mientras, el tiempo pasa. Eso es lo que se tiene que cumplir: el tiempo...

– !Aaah, pero claaro...!, soltó una carcajada casi ofensiva Wittington. Resultó un progresista oriental el hombre... ¡Pero mirá vos! 

– Digo que el contenido es siempre el mismo o en todo caso repetido. Puede volver a pasar, y vuelve a pasar, más o menos, y por eso decimos que la historia es maestra de vida, ¿o no? El tiempo, en cambio, es como un camino y un camino que no sabemos que tenga fin... Y la historia es ese camino del tiempo desde que empieza hasta el final, sea como vaya a ser el final...

Cardozo se había despertado y hasta un algo lírico. Ignoró las pullas del abogado y nos hablaba a los demás, aunque sin mirar al invitado. El gallego Papotakis, reconcentrado, miraba el fondo de su pocillo de café como si fuera una adivina turca. Cuando Cardozo tomó carrera, apenas lo miró tres segundos, entornó apenas los ojos, hizo una mueca filosófica mordiéndose el labio inferior, y siguió escrutando las profundidades del pocillo. 

– Tengo otra opinión, mi estimado. Porque, otra vez, ¿qué pasa con la libertad del hombre? ¿Y no es cada hombre único e irrepetible? Y esa repetición así dicha, ¿no es una especie de determinismo también? ¿Cómo se escapa uno de lo repetido o de lo profetizado? ¿Vamos a alguna parte o nos quedamos dando vueltas a la noria durante miles y miles de años?

Conozco bien a Papotakis. Parecía que había ametrallado a preguntas, pero en realidad era una sola. Y era una de sus preguntas programáticas, lanzada más para poner a prueba un argumento que como una objeción personal y genuina.

– Tranquilo, Gallego..., y le sonreí con una sonrisa de contraseña que él recogió, no como quien recoge un guante sino como quien lo ha lanzado. La repetición existe, y eso no es un problema. Lo que no existe es la repetición idéntica, absoluta. Un modo de repetición, sí. Y tal vez eso mismo es una  muestra de que el tiempo no es lo importante, sino que lo importante es el argumento. Son como figuras, como metáforas diría, si me permiten el argumento gremial. Porque esa repetición enfatiza un asunto, es como un eco anticipado de lo que es, de lo que ha de venir. Uno ve cómo a veces, demasiadas veces, los que interpretan las Escrituras, los curas en los sermones..., invierten el sentido del tiempo y, lo que es más serio, invierten la relación entre la figura y lo figurado. Miran de adelante para atrás, en términos temporales e históricos. Y suponen que lo dicho antes, y después repetido, es un mensaje para el presente, un presente circular que se va repitiendo en cada generación, en cada tiempo. Meras señales mientras el tiempo transcurre. El contenido de esas repeticiones no les importa. Y así buscan atrás lo que deberían buscar adelante. Tal vez piensan que lo que va a venir es la repetición de lo que ya ocurrió porque no hay más argumento que la repetición cíclica de lo que sube y baja; o tal vez piensan que lo figurado imita a la figura. Y creo que a veces hasta prefieren la figura a lo figurado. Y eso es un error. Y es un error que viene del hecho de creer que la historia es tiempo que transcurre y no argumento que transcurre en el tiempo. Un tiempo que es la duración del argumento, nada más. No su substancia. Tiene razón Cardozo: algo que ocurrió vuelve a aparecer adelante. Pero donde acierta, parece que se equivoca. Porque la repetición no es lo importante sino la relación que hay entre las cosas repetidas, entre las cosas que se repiten, y dijo bien "más o menos". Porque esa relación entre lo que se repite no aparece mientras uno no entienda que la historia es el argumento. Como el de una novela, digamos. Lo más misterioso de esa causalidad entre lo que pasó, lo que pasa y lo que habrá de pasar, y todo eso ocurriendo con un aire de familia, a veces nos toca en nuestra propia vida personal... Y no por ser próximo es menos misterioso... 

Creo que el resto del discurso quedó suspendido en el aire. Como quedan los silencios. 

Cardozo no había quedado del todo conforme y las muecas imperceptibles decían que repasaba lo que había dicho (él primero, yo después), para ver por dónde llegar a su punto, sin conceder algo que no terminaba de digerir. El invitado, mientras, sacudía con parsimonia el torso, como si bailoteara. Estaba basculando en su cabeza. Tal vez en su propio corazón. Tal vez repasando su propia vida joven y tratando de ver qué de aquello vivido o visto era en parte esto vivido o visto ahora. No lo sé de cierto. Pero eso pensé.

Wittington sentía asentarse en su espíritu, como si reptaran hacia las profundidades, las capas geológicas de los licores que había trasegado desde que nos sentamos a la mesa a comer, mucho más temprano. Luro cabeceaba y Stefanelli, mientras palmeaba al agotado Luro a su derecha, le sugirió al invitado que estaba a su izquierda acercarlo a su casa en cuanto quisiera.

Una mano levantada como un dictamen activó los movimientos del ibérico que a su vez le hizo una seña con la cabeza a su paisano, que, a su vez, mecánicamente, desenvainó el lápiz que montaba el pabellón de la oreja. Se lo vio trazar una línea, perder dos segundos la mirada en el aire, escribir cuatro cifras módicas y pasarle a su compinche un papelito. El ibérico lo miró, calzó en su brazo un repasador como un manípulo ritual, enfiló hacia nosotros, cantó un número con voz ronca y recién después dejó el papelito sobre la mesa. Inmóvil, esperó la devolución en contante y sonante. Recogió los billetes, que apenas miró, aunque advirtió que había en su mano más dinero que el que había proclamado, y, cumplido, inclinó la cabeza unos displicentes 10 grados, con lo que volvió a su torre de la guardia.

Morosamente enfilamos hacia la puerta vaivén, como si saliéramos de los círculos dantescos hacia la vida de la noche en la ciudad. La llovizna esperaba en la calle como una novia en una cita, cuando el novio se ha demorado. En la vereda, apenas unos cruces de palabras de despedida.

Sabía que la noche había terminado. Sabía que el tema iba a volver, porque no estaba terminado. Y sabía que el invitado también volvería. 

(continúa)