miércoles, 29 de enero de 2014

Ignacio

Ayer me encontré otra vez con una antología de versos de autores argentinos de fines del siglo pasado (Poesía argentina de fin de siglo - 1994).

Me acordé de que me la había regalado Ignacio Anzoátegui, que tenía allí publicados unos versos.

Ignacio ya no está. Quedaron de él cosas como estos dos poemas.

Explicación de las demoras

La gente que trabaja en el Correo
ignora a las palomas mensajeras,
no entiende el simbolismo de los sobres,
no sabe de ansiedades instantáneas.
Conoce de franqueos y de códigos
y de fórmulas vanas que demoran
la urgencia de una luz o de una mano
o de un modesto beso que no llega
o que llega después, cuando ya es tarde.

Ya que el rumbo del rayo que preciso
sistemáticamente me es bloqueado,
te propongo pensarnos sin descanso,
sin enojos, haciéndonos de cuenta
que estamos escuchándonos el alma
en el mismo momento en que me sube
esta angustia de no mirar tus ojos
porque no están, porque se fueron lejos.

La sensación de estar siendo pensado
es una tibia fuerza, pero es fuerza;
es una estratagema de la ausencia.
No me olvides, por Dios, que todo esto
pretende hallar las fórmulas del viento
para que estés contenta y te sonrías
cuando lleguen palomas mensajeras
con las cartas de amor o lo que sea.


Una mujer me dijo que me amaba

Una mujer me dijo que me amaba.
Este hecho tan mágico y tan loco
sucedió alguna vez en mis oídos.
No puedo precisar si fue ayer
o en la mitad del siglo o en septiembre
(como las obras de arte, es un hecho
sin tiempo, sin edades, sin horarios).
Tampoco sé medir intensidades
ni permanencias ni futuro alguno.
Yo sólo sé que sucedió una tarde
y que había un río en mi memoria.

Una mujer me dijo que me amaba.
Esta fórmula única de amor,
estas palabras que lo pueden todo,
me pueblan los silencios y me esperan.
Lo que quiero decir es que no cesa
la voz que me las dijo. Es una música
que está conmigo, que no quiere irse.

Una vez, en secreto y al oído,
una mujer me dijo que me amaba.