Era una tarde apacible de otoño y estaba en su escritorio escribiendo sus memorias, cuando llegaron en visita inesperada Gandalf y Balin.
Mientras fumaban ya distendidos, Bilbo oyó las noticias inmejorables de la Montaña, de Valle, de la Ciudad del Lago.
-¡Entonces las profecías de las viejas canciones se han cumplido de alguna manera! -dijo Bilbo.
-¡Claro! -dijo Gandalf-. ¿Y por qué no tendrían que cumplirse? ¿No dejarás de creer en las profecías sólo porque ayudaste a que se cumplieran? No supondrás, ¿verdad?, que todas tus aventuras y escapadas fueron producto de la mera suerte, para tu benficio exclusivo. Te considero una gran persona, señor Bolsón, y te aprecio mucho; pero, en última instancia, ¡eres sólo un simple individuo en un mundo enorme!
-¡Gracias al cielo! -dijo Bilbo riendo, y le pasó el pote de tabaco.
* * *
-Muy bien, lindo final, lindo texto... Pero, ¿qué hace esto acá si usted en esta bitácora habla más bien de otras cosas?
-¿Y de qué otras cosas habló más bien en esta bitácora?
-Bueno, de política, por ejemplo, o de cosas de acá, de ahora, cosas así...
-Ah, mire usted... ¿Y esto no es política, acaso? ¿Y está seguro de que estas cosas no son cosas de acá y de ahora?
-¿Qué? ¿Con dragones? ¡Dragones...! Pero, déjese de pavadas, hombre...
-Ahí está el problema, ¿ve? Usted no cree en los dragones. Y eso que los ha visto y los conoce y, como nos pasa a todos, a alguno hasta puede que lo haya tenido tan cerca durante años...
-¡Jamás en mi vida he visto un dragón! ¿Vivir cerca de un dragón? ¿Durante años? ¡Usted está loco...!
-...