jueves, 20 de septiembre de 2012

Romance de los marineros

La mar lamenta el otoño
y llora espuma en la playa
porque el invierno la estruja
rasgando la piel del agua
con agujas de su frío
y con fieras dentelladas.

Un huracán de salitre
está batiendo cabañas
de marineros que, al fuego,
sentados en ronda, aguardan
un grito del corazón
y del pecho la llamada
para salir a una noche,
que ya tramó su celada.

Y el día en que la tormenta
a mandobles azotaba
la tierra helada y vacía
de toda cosa y de almas
-y más que nunca esa noche
oscura, ruidosa y brava-,
acantilados y esquifes
se trabaron en batalla.

Pescadores a la mar
salieron antes del alba
silenciosos y ateridos
por los bordes de la cala
para que nadie los viera
atrever sus redes blancas
y para no despertar
a la mar y se irritara.

Un viento que traza hielos
en las manos y en las caras,
mira ceñudo las proas
insolentes de las barcas
y a bufidos de su furia
abofetea con ráfagas.

Los marineros lo miran
y oyen sus roncas palabras
que sisean en las velas
maldiciones y los taja.

Los marineros se miran:
sólo se miran, no hablan:
unos los cabos sostienen,
otros sostienen la caña
de un timón que vaga inútil
por la horrible marejada,
y otros rezan los conjuros
que saben que los amparan.

Ya la mar abierta muerde
las quillas alquitranadas
que negramente la surcan,
insolentemente majas.

Ella ofendida les ruge
porque, rabiosa y airada,
ve que la montan jinetes
que, aunque le temen, le clavan,
mientras la doman, arpones
de fuego con sus miradas.
Ella se revuelve ardida,
ella sacude sus tablas:
con bocas negras de espuma
parece que se los traga.


En una boda de espanto
el viento y la mar se casan
y festejan esponsales
ajetreando con saña
barcas niñas que resisten
sus requiebros y sus danzas.

A su jolgorio en tormenta,
que celebran mientras braman,
ya van sin ser invitados,
ya llegan luciendo galas,
corazones marineros 
que son de la mar compaña
y del viento que los cruje
rivales, porque, a su amada
-la mar que tanto los duele
 y que tanto los maltrata-
con amor bueno la sirven,
con voces de amor le claman,
sobre su piel navegando
o hundiéndose en sus entrañas.