lunes, 10 de septiembre de 2012

Romance de la niña

Apenas cubre septiembre
la gala gris del invierno,
ya las abejas sospechan 
la flor blanca del almendro
y en luz borgoña se lucen
rosedales de cerezos.
Sangra una miel luz de cobre,
dolorosamente enhiesto,
un ciprés junto al camino,
que serpea polvoriento,
y mece en rumor y aroma
a los campos verdesecos.
Lejos del mar, cien gaviotas,
como escuadrón de lanceros,
ya rugen sal en el aire
azul y plata del huerto
y entre sus ramas celebran
primicias de limoneros.

Arrullada de claveles
y de azahares copleros,
que apenas llega septiembre
le florecen en el pecho,
la niña duerme en amores
sobre grama de silencio.

Sueña una jaca azabache,
sueña unos ojos de fuego,
sueña una torre de piedra,
sueña  delicias de enebro,
sueña sierras, sueña prados,
sueña un claro caballero.
Y mientras sueña que sueña,
va soñando que no es sueño.

El corazón de la tarde
murmura un latido lento.
Y un manantial en la peña
repica un cante tan fresco
que da un rocío que vibra
alrededor como un eco.

La niña duerme septiembre
como si no fuera invierno.
Y mientras sueña que sueña,
va soñando que no es sueño.