sábado, 28 de agosto de 2010

Siembra de faros (IV)


6. Spartivento


África te mira, centinela de Cerdeña,
hijo del viento eres
y aguijón de la isla.

Il Mare, suavemente,
baña costas de arenas de oro y rosmarino,
suavemente murmura, fragante de aventuras y desdichas,
y pasa suavemente frente a una luz sin mancha,
que traza el aire limpio
y pone blanco azul
la extensión de las aguas.

La raíces de piedra de tu altura,
son como mi corazón:
abren los vientos.

Un sol de fuego,
de dos desiertos hijo,
tiñe tu roja arboladura
de historias de corsarios, soldados y amadores.

A tus pies resplandecen
las espadas de lances
por honor, por amor, tal vez por juego.

Sangre de mar la tuya,
luz de ardores.



7. Ona Fyr


La isla es pequeña, el viento es frío.

Y tú eres como nadie,
erguido en ningún sitio de estos océanos.

En este occidente de hielo frutal, que sabe a luz,
sobre el acantilado que te mira y tiembla,
siglos de canciones se han cantado:
han pasado sonoras
en las lenguas tronantes de los hombres del norte,
brillando en los ojos de los niños,
junto a los fuegos.

Entre estas islas de arena y niebla,
tu corazón de luz mira
un mar de témpanos que viajan,
y recuerda que hubo un tiempo
en que soñó ver un drakkar pasar
y otro más y otros cientos.

Y oyó impasible los gritos de sus guerras,
crueldades y destinos.

Y vio lucir al aire, tu corazón flamígero y altivo,
las coronas de reyes envueltos en sus pieles,
oscuras como silencios, lustrosas como noches.

Reyes del mar sin nombre
de estas landas de Møre.

Son pocos los viajeros que se atreven,
con sus ceños fruncidos
y sus risas de trueno,
a servirse de ti.

Pero yo te conozco, luz de Ona.

Y en las horas de un tiempo que no tiene reposo,
siento silbar tormentas en tu metal y canto
soledades de auroras
que fueron y serán cuando no existas.

Hablo lenguas perdidas de los hombres del norte
que son como un silencio de piedras.


Ahora, y desde el norte de tormentas,
miro hacia el este,
al sur
y hacia el oeste.

Ya todo el mar es luz,
guirnaldas por el orbe acuoso de la tierra.

De lámparas enhiestas a espejos silenciosos
va una noche tras otra,
trazando con estelas fulgentes este día.

Y al fin sonrío en calma.

Por las costas del mundo,
orlando los abismos rumorosos,
va una siembra de faros.