domingo, 22 de agosto de 2010

Sicilia en flor (II)


4. Los pescadores de Ganzirri


Los vi volver.

Caminaba la costa de Ganzirri
y adiviné las luces tibias de Porticello,
allá en la Calabria de los ancestros.

El mar temblaba sin sonidos,
antiguo en las playas ahora vacías
y frente a mis pies descalzos,
con el estrecho en calma
y toda Messina al acecho.

La torre del faro, blanca y ardiente,
amenazaba el cielo.

Ay, tierra de corsarios
y mar de labradores...

El pescador viejo alzó su mano
y se acodó en la borda.
Me saludó, sin reconocerme.

Venía transido de un cansancio de redes y sal.
De centurias de redes, de tormentas.

Nadie más había en tierra.


Era fragante la soledad dulce de Sicilia.



5. Settefrati


Dos días con sus noches llovió en Kalura
y al amparo de nubes, que la guardaban,
Cefalù se dormía en su roca pura.

Settefrati no sueña. No están dormidos
hermanos farallones. Su desventura
la cantan las gaviotas con sus bramidos.

Al norte de mis ojos va la bahía
y por ella hacia el mar se cuelan, idos,
rumores de leyenda que tuvo un día.



6. A un pastor dormido


Aquel pastor ha dejado,
apoyado sobre un tocón de fresno,
su cayado de castaño, inmóvil
en la tarde sin viento.

Su morral vacío
duerme bajo su cabeza libre
que respira matas de manzanilla,
sobre hierbas doradas y olorosas.

Más allá, detrás de aquellos montes y otros más,
cerca de un mar oscuro
como los ojos de la noche y las yeguas de Ragusa,
todos son recuerdos y olvidos
que se mueven y baten;
como el mar.

En su sueño de tardes sin rencores,
con murmullos de pan y de cigarras,
no sabe este pastor la fortuna
de no ser marinero.



7. La sequía


La tierra ha dejado de exhalar
la menta y el tomillo.

El cielo está ciego de luz
y tan seco de lágrimas de pena,
como del llanto alegre de los días de otoño.

Se secan estas eras;
ya estas huellas que traigo a mis espaldas
son polvo.

Ásperas y agrias son ahora
las frutas de las huertas.

Todo en Bellolampo espera una lluvia de gracia.