domingo, 27 de diciembre de 2009

Bestemmia

En italiano, blasfemia se dice así. Y blasfemar, bestemmiare. La palabra que da origen es blasfemein, en griego, que a su vez es un verbo compuesto de otros dos: blaptein (dañar, ofender) y femi (decir, hablar). Para los italianos, la palabra blasfemia también existe, pero, vaya cosa, como un latinismo o helenismo.

Tienen ellos otra palabra vecina: biasimare. Por el polvo de los años y otras cosas, las palabras cambian y sus letras mutan. Y es así que existen en italiano ambas –bestemmiare y biasimare- y son ambas hijas de la misma madre: blasfemein.

Pero hay que hacer un recorrido breve. No dicen del mismo modo las dos. Biasimare se usa cuando se dice que alguien habla mal de otro, o lo censura o desaprueba o lo envilece con sus dichos, si exhibe sus defectos dejándolo en carne viva, diríamos. Como nuestra expresión ‘sacarle el cuero a alguien’, despellejarlo.

Bestemmiare, en cambio, tiene el sentido más conocido de blasfemar, injuriar a otro de palabra, querer ultrajarlo con palabras, vituperarlo, imprecar contra él, hablar tratando de ofender decididamente a otro, de herirlo; y, muy particularmente, se refiere a pronunciar una palabra ofensiva y que busca ser hiriente, respecto de Dios y los asuntos divinos.

No me la he cruzado, pero dicen los diccionarios que en español y portugués antiguos, la expresión blástima (recuérdese el origen en blaptein…) existe, con el sentido de blasfemia. En todo caso, deriva de un latín vulgar blastemare que reemplazó por un tiempo al blasfemare más griego y que en italiano vino a dar -ahorremos los pasos- bestemmiare y en español blasfemar.

El caso además es que en español tenemos el verbo lastimar y la palabra lástima. Y ambas, por cierto, derivan de aquella blasfemein de la que hablaba al principio. Y esto no es muy curioso pues en la raíz blaptein, está ese -lapt- que termina dando -last-, no sólo en lenguas romances como el español. Algo sí más curioso y significativo es lo que dice el diccionario respecto del verbo lastimar.

De hecho, lastimar y sentir lástima son opuestos. Busquen lastimar en un diccionario español y verán que significa tanto herir y hacer daño, como dolerse del mal que sufre alguno; es tanto agraviar y herir como compadecer.

¿Y qué nos hacemos con eso?

Por lo pronto, saberlo, que siempre es lo primero.

Pero inmediatamente después, se me ocurre pensar por ejemplo si acaso no será que la palabra es lo que más lastima, o es el signo del daño mayor. La palabra que ofende y daña, la bestemmia, la blasfemia, tanto como el biasimo, la reprobación acerva e hiriente, lastimar y querer lastimar tanto en asuntos divinos como humanos. Y, a la inversa, pienso si acaso habrá algo que nos suavice el daño del espíritu y el corazón tanto como las palabras y el poder que llevan. Quién sabe, aunque se me hace que no.

Que tengamos en español una misma palabra, un mismo verbo, para lastimar y sentir lástima (lastimar, es las dos cosas, repito), para herir y compadecerse de la herida (incluso, hasta de la herida hecha por el mismo que luego se compadecerá y lastimará), deja también una cierta perplejidad, feliz perplejidad, a mi gusto. Curiosas son las vidas de las palabras y lo que los hombres, queriendo o sin querer, les hacemos hacer.

Llego a este punto y me pregunto incluso por qué 'darle a uno alguien lástima' es una expresión bifronte, también ella. Porque, según se la diga, significa el amor o el desprecio, la compasión o la displicencia.

Tal vez sea que los hombres tenemos cierta conciencia de nuestra limitación expresiva, tal vez sepamos algo que no sabemos que sabemos, cuando –como en este caso, que no es el único- se nos enredan las voces. Y algo más que las voces, porque es presumible que nuestra limitación expresiva venga de una limitación afectiva y cordial, que hace que tengamos sensaciones parecidas ante asuntos o circunstancias completamente diferentes e incluso contradictorias. Me pregunto si este caso que digo no muestra algo así. Recuerdo haber leído cosas parecidas hace varios años en un ensayo de Lewis (Transposición, se llama, y está en El diablo propone un brindis), y aunque los motivos y secuelas del inglés no son exactamente los míos, creo que provienen de una matriz parecida.

Sin embargo, más lo pienso y lo miro, más me parece que en este caso es la herida lo que mueve estas cuestiones, y que por la herida –o por su efecto- viene la palabra, tal como lo vengo viendo.

Ya fuere que se busque herir a otro, ya fuere que se compadezca uno de la herida de otro. Si es así, la palabra se vuelve el arma que hiere y, muchas veces, también es la que lleva consuelo al herido. No serán las mismas palabras, claro. Pero es la palabra misma.

Las palabras tienen un poder destructor impensado. Quien las usa en ese sentido de alguna manera lo sabe y en su verba viene algo de su corazón (siquiera de cómo tiene el corazón cuando las dice…); quien –tal vez herido él mismo, rabioso de dolor, triste de dolor- quiere herir, usa palabras que sabe que tajearán a otro. Eso, sabe, lastimará. Y sentirá cierto desahogo, tal vez, porque tal vez ha lastimado ahogado él mismo. Tal vez lo haga por razones menos leves que éstas que digo y no sea el inocente dolor o la pesante tristeza, sino cierta perversidad, o algún vicio del alma, claro, lo que haga hablar con palabras que lastiman, sabiendo que lastiman y para lastimar.

Pero, el fabuloso poder de la palabra no es sólo destructor, claro. Porque, aun en ese sentido, la palabra es destructora porque se supone que ella lleva verdad y realidad y que lo dicho es verdadero o lo que se dice es lo que verdaderamente se piensa o se siente.

Habrá que ver.

En el fondo de la copa, queda todavía un resto de diciembre, apenas un resto.

Y bien puedo dedicarlo a mirar la cuestión, mientras hago una lista mental de las veces que estuve frente a ambos verbos: bestemmiare, biasimare.

Y cómo me fue con ellos y cómo les fue a otros. Y así.