lunes, 11 de agosto de 2014

Reinos de mil años (IV)





En la primera nota de esta serie, decía que, pasados los años, la situación política del país no ha variado demasiado, aunque eso solamente debe ser entendido en un cierto y determinado sentido, que espero pueda quedar dicho al final.

Entre 1955 y 1973 el peronismo fue, además de un fantasma y una pesadilla latente para los antiperonistas, un factor determinante para que pareciera -no sin fundamento en las cosas- que no había posibilidad política alguna sin él. Y eso en muy buena medida fue así porque en ese período todavía existía la masa peronista que ya mencioné, más que por la dirigencia peronista que basculaba al ritmo del péndulo de su líder.

La oposición entre peronistas y gorilas no fue un emergente de ese tiempo, ya se sabe. Venía de antes y había sido, con ese u otros nombres, establecida principalmente por Perón y muy especialmente por Eva Duarte. Pero en esos años se vio que crecía con la proscripción, además de verse nacer otros elementos determinantes de lo que ocurrió en los trillados '70.

El caso es que esa oposición entre pros y antis resultó un elemento fundamental para la aglutinación del peronismo y por cierto que fue un elemento fundamental para la cohesión de la masa peronista durante unos 30 años, casi desde 1945.

El Perón del regreso en los '70 no puso demasiado énfasis en esa dialéctica, aunque se vio obligado a trasladarla y así enfrentar a otro sector, generado por él mismo, por cierto. Así, la oposición casi excluyente fue intestina: la autodenominada ortodoxia peronista (básicamente sindical) frente a una juventud maravillosa que optó por heredar otros legados (no sólo lo peronista de Perón sin más). Cuando estos sectores a sinistra y ya sin disimulo por izquierda le disputaron definitivamente el poder a Perón, como se sabe, lo marvilloso devino imberbe y estúpido.

Pero un resultado de esa pelea de la familia peronista de los '70 fue que la oposición dialéctica entre pros y antis se trasladó a toda la sociedad, ahora reformulada. Otro corolario fue que la partición fratricida resultó un golpe funesto para la masa peronista, que se resintió severamente con la consumación de ese resquebrajamiento, y así lo ajado fue tornándose ancha grieta primero y un tajo insalvable al final.

La Argentina, mayormente, y fuera o no parte de la masa peronista, ante la disyuntiva que planteaba la guerra civil peronista siguió a Perón y no a los imberbes. Pero Perón murió sin dirimir el asunto a su favor y la Argentina heredó el conflicto.

Con Perón muerto, tal vez los maravillosos imberbes hayan saboreado como un bocado fácil a la figura de María Estela Martínez. Pero si sola y a su suerte era fácil, también era, aunque tuviera partido tomado por la ortodoxia, inane respecto de la cuestión. La ortodoxia la tenía por emblema, las manos y los fierros eran otra cosa.

También lo antiperonista miraba la escena, como quien mira hambriento el menú de un bodegón, y tenía planes para la sucesión de un Perón que finalmente se retiraba de este mundo dejando un movimiento partido y a los tiros. Lo antiperonista nunca había conseguido desarticular definitivamente a su enemigo irreconciliable, no por falta de poder (au contraire...) sino principalmente por falta de talento político. Al margen de ello, estaba la avidez, por cierto, motor infaltable y poderoso en una nación que no por casualidad había ido membrándose más que nada alrededor de un puerto de mercachifles y contrabandistas.

Todo eso no era todo. Estaba además la vertiente marxista, no del peronismo, sino del tiempo. Una secuela del final de la II Guerra y de su continuidad en la guerra fría entre los bloques que tronaban fuerte por entonces: un difuso Occidente y el este de la URSS (China, aunque activa, quedaba más lejos.)

Al antiperonismo le hubiera resultado conveniente -y sumamente apetitoso- aunar lo peronista genérico con la patria socialista que voceaban los imberbes (que parecían haber tomado, al pie de la letra, la letra de un líder que no era afecto al pie de la letra...) Pensaban los gorilas que bien podrían matarse dos pájaros de un tiro.

Pero cuando de tiros se trató, lo cierto es que había tres bandos distintos disparando contra uno (que tampoco era homogéneo...)

Por una parte, lo antiperonista puso en juego buena parte del poder de fuego que tenía en las FF AA. Por otra parte, la ortodoxia peronista combatía por supervivencia y por el legado de Perón, bajo la bandera de la lealtad. Y estaban los que, sin ser una cosa u otra, combatían sin más al revolucionario marxista (leninista, maoísta o cualquiera de las demás capillas à gauche y armadas.)

El otro lado era, en expresión genérica, la patria socialista o la revolución o la guerrilla o la subversión armada o el pueblo en armas. O lo que quieran. Pero ocurrió que esta facción resultaba antiperonista también, lo cual, por un vía más o menos indirecta, vino a corroer todavía un poco más a una masa peronista que, para cuando terminaron los tiros, ya se sentía victimaria de un modo u otro de las víctimas de los dos lados encarnizadamente oponentes. Pero, además, buena parte de esa masa peronista tuvo que ver cómo los mártires a consagrar estaban, si no todos, gran parte de ellos del lado izquierdo del escenario.

Los siete años del último gobierno militar del siglo XX en la Argentina habían dejado, curiosamente, una izquierda más fuerte (incluyendo a esa izquierda de Perón que tomó al pie de la letra lo que Perón no decía al pie de la letra...) A la vez, el mismo gobierno militar dejaba tras de sí la estela de un peronismo desarticulado, desorientado, aturdido.

¿Vivo todavía? Sí, vivo todavía pero huérfano por todas partes. Y buscando un padre y una madre.