martes, 12 de agosto de 2014

La obscuridad de Dios



Cuando el mundo estaba en la balanza, era de noche en Notting Hill
(era de noche en Notting Hill): y era más noble que el día.
A las ciudades donde brillan luces y donde los hogares resplandecen,
de los mares y de los desiertos llegó aquello que desconocíamos,
vino la obscuridad, vino la obscuridad, vino la obscuridad y el terror.

La vieja guardia de Dios vino en nuestra ayuda.
Porque la vieja guardia de Dios viene en nuestra ayuda, viene en nuestra ayuda,
y las estrellas cayeron antes de caer las banderas:
porque cuando los ejércitos nos rodeaban como una horda rugiente,
cuando se derrumbaba la ciudadela y la espada estaba rota,
la obscuridad cayó sobre ellos como el Dragón del Señor,
cuando la vieja guardia de Dios acudió en nuestra ayuda.

Es el Himno de Notting Hill, por lo menos, y aquí en una traducción algo rápida, eso es lo que cantan todos los hombres de aquel barrio londinense, devenido su nacionalismo barrial en talante imperial. Está por allí, como perdido, en las últimas páginas de El Napoleón de Notting Hill.

Es tan majestuoso como verdadero. Y es épico y terrible.

Y, viendo lo que que ocurrió y lo que ocurrirá en la novela, también es hondamente irónico. Benévolamente irónico, claro.

Así lo quiso Chesterton cuando lo compuso.