sábado, 3 de marzo de 2012

Parte de guerra (II)




¿Cuál es la huella de nuestros pasos?

¿Qué deja atrás la marcha del mercenario en sus días? ¿Qué queda en las eras y el camino cuando la tarde cae y el jornalero vuelve a la casa? ¿Qué rumores estelan los pies del esclavo cuando recorre las estancias, una por una, apagando las últimas luces, ya todos en sus sueños?


Aserrín.


Queda el aserrín de nuestras obras y de nuestros días. El fragante, el vivo, el quieto aserrín de la milicia de la vida.

Para muchos, esas virutas secas y mudas son insuficientes. No alcanza. Es menos. Es nada.

Pero hay aserrín que aroma el mundo una vez que hemos terminado con él. Y habrá tibieza donde haya aserrín.

Detrás de la mano que lo ha hecho, vendrá la de otro jornalero, acaso, y lo esparcirá sobre la tierra húmeda para que el pie camine más seguro, sin mancha. Algún esclavo vertirá sobre él unas gotas de fluído -querosén tal vez- y brillarán las baldosas y olerá a limpio y las pequeñas alimañas huirán a sus recodos.

Sobre él, quizás un mercenario reclinará su cabeza, buscando siquiera algo muelle en este mundo duro.

Aserrín.

Siquiera aserrín.

No es menos, no es nada.

Es humilde y sólidamente aserrín.

Y no ha sido en vano. No es lo que sobra, nada más.

Nos parece a veces que al final de tanta batalla, de tanto diente de sierra rasgando las maderas de las cosas, las maderas del tiempo, la de nuestros asuntos, queda nada, apenas aserrín. Y las manos vacías y los ojos muertos, y el corazón vacío y muerto como las manos o los ojos. Apenas aserrín al final de nuestros días, que es nada.

La milicia de esta vida, nuestros días de mercenarios, nos dejan apenas eso, siquiera eso. Y no es nada.

Es la misma madera que vistió el mundo, troncos magníficos y erguidos, ramas de sombredales, sostenes rugosos de flores frescas y de frutos sabrosos. Es la misma madera de los pilares de este mundo, soporte para el que busca refugio, arboladuras de naves surcadoras, quillas de barcas que enfrentan el mar belicoso de nuestros días, astas de banderas por las que hemos combatido con la madera de nuestras pobres lanzas hendidoras. Es la misma madera que nos dio fuego y calor.

Eso es el aserrín.

Y es de la misma madera de nuestros días y nuestra milicia.