Romance niño de mi amor más viejo
Brota el azahar. Manantiales
de aromas del limonero
ya conversan por el aire
con las varas del romero,
seco de sol del verano
y de ausencias, siempre seco.
De bronce y negro, abejorros
a las salvias les han puesto
coronas de alas que lucen
como si fuera un cortejo.
Y las verbenas de blanco
y el laurel de gris tan fiero
y el tala apenas dormido
y lavandas como en duelo.
El mirto parece alegre,
el jazmín parece nuevo,
parece en llamas la achira,
parece su flor mi fuego.
El palo borracho trina
como si fueran requiebros,
y pone rosa en guirnaldas
a las salientes del techo.
Duerme el lapacho en el oro
que sé que tiene en sus sueños.
Y maduran unas uvas
de los parrales linderos
que perfuman como un vino
a los ramajes del ceibo.
De la simiente de un roble
no sé si no está creciendo
una ternura de tallo
que ya me será guerrero,
y que no sé si veré
cuando él llegue a ser el cielo
sobre el jardín de las manos
de este torpe jornalero.
Y hay un rosal rosa roja
que, de tanto en tanto, ruego
le dé su sangre a la tierra
por si a sus pies van mis huesos.
La tarde tibia se cae
detrás del alcanforero
y un ciprés ya monta guardia
con la luna de sombrero.
Silencio en la noche clara,
y en todas partes silencio.
Ya sólo verdes rumores
respira mi amor más viejo.