domingo, 8 de octubre de 2006

Triste y aborrecido expulsado

En el capítulo XII de su Autobiografía, Chesterton explica algunas razones de cómo llegó a ser un hombre sin partido.

Mal que les pese a muchos, se sabe que Chesterton fue lo que diríamos un hombre 'de izquierda', en términos muy latos y definiendo los matices con infinitas notas al pie de página, aun hasta hacer que la palabra 'izquierda' resulte 'derecha'.

Pero cuando hayamos terminado de leer todas las notas al pie, habrá que leer su hoja de ruta y allí veremos que sus 'militancias' políticas y económicas fueron siempre contrarias a lo que llamaríamos conservadorismo o derecha, en términos económicos y políticos. En los términos peculiares del lenguaje argentino, nunca fue ni por asomo un 'liberal', pese a que sus primeras militancias efectivas fueron 'líberals' y socialistoides, así como breve y lateralmente bordeó el laborismo. Nunca fue marxista, y del socialismo se deshizo cuando advirtió el modo en que endiosaba al estado. Algo que, dice, le resultó más intolerable todavía cuando llegó a conocer a los hombres de estado...

De ese modo llegó a advertir, padecer y detestar el 'sistema'.

Las derechas en general -hablo en la confusa jerga de las ideologías- pueden hacer lo que quieran con el Chesterton moral, con el estético y con el defensor de la fe. Lo que no podrán hacer salvo malversación es lograr que, insisto: en el confuso e insuficiente lenguaje ideológico, Chesterton canonice lo que para él, no ya sobrenatural, sino ni siquiera natural es.
...yo, al menos, me he entendido siempre mucho mejor con los revolucionarios que con los reaccionarios, incluso cuando estaba en completa oposición con las revoluciones o en completo acuerdo con las reacciones...
(...)
Creo que la razón es que los revolucionarios juzgaban al mundo en cierto modo; no justamente como los santos, pero, independientemente, como los santos. Mientras que los reaccionarios formaban parte tan estrecha del mundo que intentaban reformar, que los peores tendían a ser snobs y los mejores a ser especialistas. Algunas especialidades liberales del tipo más frívolo de Cambridge, me irritaban mucho más que las de un simple ateo o anarquista.
Reaccionarios, allí, se refiere más bien a los miembros de los partidos socialdemócratas o afines, como el Liberal Party o el Labour Party. Por cierto que de los tories no habla, pues nunca pensó en sus términos en materia política, económica o social.

Un episodio político -una ley de seguros promovida de Lloyd George (miembro del gobierno liberal de entonces, que llegó a primer ministro durante la I Guerra)- lo decidió a abandonar cualquier relación con estos que en el párrafo anterior denominó como 'reaccionarios': reconocían con esa ley, dice, que había dos clases de ciudadanos, amos y servidores. Al mismo tiempo, apareció su novela La hostería volante y resultó que un director de periódico 'liberal' le escribió una carta muy amable pero ansiosa, para asegurarse de que unos versos que aparecen allí contra el cacao, no eran un ataque a Mr. Cadbury (sí, el de los chocolates), hombre notable del partido 'liberal'...
Así es que abandoné el periódico liberal y escribí para un periódico laborista, que se volvió ferozmente pacifista cuando estalló la guerra, y desde entonces he sido ese triste y aborrecido expulsado que pueden ustedes contemplar, lejos de todas las alegrías de los partidos políticos.
Esta pretensión chestertoniana de que los partidos actúen con una limpidez imparcial respecto de las cosas que dicen defender, creo que es perfectamente justificada. Y perfectamente imposible, como él mismo advirtió.

He oído, por ejemplo, que en la última conferencia sobre Chesterton (sobre economía y educación) que aterrizó -tal vez como un avión en emergencia con una carga valiosa aterriza en un lugar por completo inadecuado- en la Universidad Católica Argentina, la semana pasada, hubo gentes locales que fueron invitadas a exponer un credo capitalista que Chesterton no autoriza a sostener en su nombre. Y eso en flagrante oposición con los invitados extranjeros que, según me dicen y leo en sus exposiciones, reflejaron más fielmente el pensamiento y los escritos de Chesterton.

Se puede no estar de acuerdo con Chesterton, lo que no se puede es hacer de su nombre una marca conveniente para fabricar un producto indeseable.

Tal vez sea cosa de partidos. Como tal vez sean honestos en sus opiniones. Lo que también es cierto es que antes de objetarles su honestidad, debería objetarles su pereza. Con leerlo se evitaban el reto. O, al menos, lo tendrían bien merecido por tergiversar lo que habían entendido bien y tergiversaron porque no les servía.

Pero.

No hay modo de evitarlo, creo. Bastante común es entre los hombres. He dicho alguna vez que cada cual hace el homenaje que puede. Y, aunque resulte disparatado y exótico, hay quienes homenajean a Chesterton de este modo.

Un homenaje, en su origen, es un juramento de fidelidad y de lealtad a un rey o a un señor. Hay quienes homenajean de modo infiel y desleal. Y del homenaje les queda apenas el reconocimiento de que el homenajeado es un 'señor' y nada de la fidelidad y lealtad que le deben. Es un reconocimiento obnubilado y tortuoso, estoy de acuerdo. Pero es el modo en el que pasan las cosas.

Si es habitual que seamos infieles y desleales con un Señor más importante -usándolo desaprensivamente para nuestras miserabilidades personales, tanto como nuestras ambiciones de secta, para intentar sumarlo como principal inversor y sostenedor de nuestra Congregación, Asociación o Partido-, no debería llamar la atención que se pueda hacer lo mismo con un hombre, por voluminoso que el hombre en cuestión fuere.