lunes, 6 de diciembre de 2004

Resulta que entre miríadas de voces de vendedores, hay un vendedor de tijeras en el tren, amigo de mi amigo el vendedor de libros.

Yo quería viajar silencioso, con tres o cuatro ideas para armar rondando en el magín, o mirar por la ventanilla, o dormitar, o apenas un poquito de un comentario de la Divina Comedia.

Pero me encontré con mi amigo (que me regaló un librito de los que venía vendiendo, como hace siempre), y él se encontró con el vendedor de tijeras. La voz ronca, los ojos por momentos perdidos, bastante nervio.

Como venía con mucho atraso, la 'formación' circuló 'rápido' (así, con esa concordancia suena la frase por los parlantes de estación), de modo que la conversación que se armó -y para lo cual ambos dejaron de vender-, si en algún momento devino densa, pudo haber sido más larga y no lo fue. Yo ni abrí la boca en todo ese tiempo.

Nuestro buen tijeretero me expuso, con elocuencia mercantil callejera, el menú completo. Tengan en cuenta que a la sazón nuestro muchacho frisa los 35 y terminó sólo la primaria.

Para mi asombro, pronunciaba con soltura (y regular solvencia) Marx, José Ingenieros (¡!), el Che, Oppenheimer, Grondona, aparato sindical, capitalismo morboso, crueldad consumista, peligrosa decadencia del libro, ocaso de la lectura, la trampa digital, analfabetismo tecnológico, postración cultural, traición neoliberal, filosofía punk; infame, racista y esclavista código de Vélez Sarsfield, la grandeza del Martín Fierro, y muchos otros tópicos de la crítica sociológica y cultural, alimentados a lecturas voraces y desordenadas. Y más y más.

En rigor, todo lo que puede decirse de estos asuntos en no más de 20 minutos de soliloquio entusiasta, asocialistizado y mediático-alfabetizado, por qué no.

Lee diarios, libros y revistas, "no consume mucho canal 9" (dixit), no es "apocalíptico" -"porque tengo hijos, me gusta la vida, me gusta vivir"-, pero se da cuenta de que las cosas están mal, porque, sostiene, "hay mucha esclavitud todavía", y eso es porque "las cosas siguen igual que en 1813, si no peor". Y cree que todos son cómplices, de un modo u otro.

Se tiene por rebelde, por eso se tatuó los brazos. Prefiere vender en los colectivos que en el tren, porque "es mejor la moneda". No cree en nadie y en nada. Total que repasó en mis barbas atosigadas casi doscientos años de historia argentina (mi amigo el vendedor de libros no sabía cómo pararlo...) Y a pesar del sesgo ideológico, no todos eran disparates. Era un desconocido para mí. No sabía nada de él. Ni dónde se educó, quién le enseñó, dónde vive. Era nadie. Era cualquiera. Lo que Kierkegaard podría llamar "mi hermano, un hombre".

Como todo concluye al fin, y nada puede escapar, tuvo su final el tijeretero al llegar a Palermo, adonde -más por comodidad para seguir vendiendo que por necesidad- se bajaron ambos. Sin coda, sin remate, así nomás.

Yo seguí hasta el final. Tratando de acomodar los papeles que el tijeretero había desordenado en torbellino.

Así las cosas, en los últimos cinco minutos de trayecto vertiginoso, y vaya uno a saber por cuáles veredas que me obligó a recorrer el tijeretero, me hallé preguntándome por qué razón Mons. Bergoglio había emitido una llamada pastoral a la penitencia y a la oración por la muestra de la Recoleta (y no es que no sepa qué materia hay en esta materia.).

Me preguntaba por qué una "específica" llamada escrita a la penitencia y a la oración por "esta" ofensa específica. Qué tiene ésta cuestión que amerite una cruzada anunciada -de lo que sea: palos o velas-, que no tengan otras cosas que hay, que pasan, que son. Y no de ahora. Insisto: si se trata de una blasfemia y de un agravio, sé lo que significan las palabras blasfemia y agravio. ¿O será como dice el ojo de lince del mangrullo religioso de La Nación, que en ésta van también las otras?

A veces hay que ser cuidadoso al despertar las voces que tiene algo que decir...

"Mejor alguna vez que nunca", me decía una voz grave y severa; "pura política, como siempre", me decía otra voz arenosa y cínica. "Siempre hay que orar...", "sí, pero vigilar también...", "paz y bien", "defendamos la fe", "es el corazón, no la sociedad", "sí, pero también la sociedad..."

Y así decenas de voces melífluas o cabreadas, exaltadas o pías, franciscanas o cátaras, militares y militantes, pacifistas y pacíficas; inquisidores y anarquistas; voces agnósticas incluso, apologéticas y mordaces. Hablaban todas juntas, tratando de proponer, disponer, imponer, trasponer y componer. Cada cual quería hacer algo con sus puntos de vista, sus decálogos, sus mandamientos comentados y anotados. Veía yo caerse los tomos de esta mitad de la biblioteca y como en una danza sincrónica, caían desde los estantes enfrentados iguales cantidades de papel.

Pero yo quería ver por qué esta vez, por qué con esta muestra en la Recoleta.

Al fin, y mientras la batahola se hacía infinita, trataba de ver la cuestión, perdida la mirada en los bosques pasando raudos a mi derecha y los rieles calcinados de diciembre abajo a mi izquierda.

Más gritos y aullidos, más monocordias, concordias, discordias y polifonías. Hasta que, para ver si me dejaban pensar un poco, dije: "Pero ¿me quieren decir qué es esta gritería, qué es esa histeria, qué les pasa, señores, qué les pasa...? ¿Por qué cada cual no hace lo que mejor le inspire y se dejan de hacer proselitismo de vendedores ambulantes? No entiendo. ¿Qué están diciendo? ¿Que si Juana de Arco está bien canonizada, Teresita de Lisieux está mal canonizada? ¿O están diciendo que si se canoniza a Maximiliano Kolbe, no hay que canonizar al rey Luis?"

Peor. Mejor me hubiera callado la boca: más voces y más gritos.

"Basta, señores, se terminó; basta de gritos: silencio, caballeros -no me quedó más remedio: tuve que levantar la voz. No me dejan pensar".

Y se callaron, sí. Pero, ya estaba en Retiro y de nuevo caminando entre las gentes volvieron los vendedores ambulantes: chipá, anteojos, diarios, facturas, relojes, flores, pilas, loterías. Ideas. Posiciones.