miércoles, 2 de diciembre de 2020

Dios /II


Entonces me acordé.

Aquiles Scatamacchia.

Fue una invención genial de Aníbal D'Angelo Rodríguez. La publicó en Cabildo en julio de 1981.

Dicho fácil: Jorge Luis Borges no existe. Al principio era un pseudónimo que Leopoldo Marechal se inventó, y sin mucho esfuerzo encontró esa cacofonía para publicar sin firmar con su nombre. Después invitó a Mujica Láinez, a Bioy y a Wimpi a colaborar con la biografía ficta del personaje. Hasta que hubo que encontrarle carne porque había tomado vuelo propio. Se contrató a un actor de segunda –ahí aparece don Aquiles– que, instruido y adobado, sale a escena a hacer de Borges.

Premio para la invención de Aníbal: el corresponsal de Le Monde leyó la nota y la mandó a Francia y allí se la tuvo por cierta, de modo que la publicaron los muy... franceses. Y pa' pior: L'Express hizo lo mismo una semana después. Aníbal contratacó y en el número siguiente de Cabildo, don Aquiles vociferaba en una carta de lectores que él sí existía, que no era de segunda y que el que no existía era Dan Yellow (D'Angelo, claro, transparente detrás de su pseudónimo). Dicho sea con algo de vergüenza patria: no solamente en la Douce France se tragaron el cuento...

Pero.

¿Y si fuera verdad?

¿Y si pudiera ser verdad que se inventa un personaje y se viste con él a un actor de segunda para que lo pasee por allí? ¿No habrá gentes interesadas en hacerlo, por broma, por oportunismo, por maldad? ¿Y si, una vez que se pone en marcha el contubernio, el actor se vuelve inmanejable y se enamora de su yo falso y deja de lado el guión original y empieza a improvisar y a meterse tanto en la supuesta piel, que es de utilería, y tanto y tanto, que ya no hay desmán que le quede grande y todos los desmanes le quedan chicos y más y más...?

¿No es posible que el Pelusa ande todavía por allí, amagando zagueros fantasmales –pero ya viejo y medio torpe– y peloteando una Pulpito en algún potrero de barrio, no muy lejos de Villa Fiorito, o en las afueras de Rosario, o en una cortada de algún rione de Nápoles?

¿Podría ser que el Pelusa tenga ahora una remisería, un kiosquito o una fiambrería y que en la pared del costado tenga enmarcada una foto gastada de cuando debutó en primera, siempre enamorado del fútbol, aunque el fútbol a el Pelusa solamente le haya dejado satisfacciones de gol y gambeta, moretones y una remisería, un kiosquito o una fiambrería? 

¿Por qué no?

Pero, entonces, ¿y el otro? ¿El del culto? ¿El emblema? ¿La pasión? ¿El sentimiento? ¿El ídolo? ¿La esfinge? ¿El motor planetario de la historia? ¿El infinito? ¿El inmortal? 

Ah, sí, ése... 

D10S, dice usted. Claro, sí... ese Maradona. 

Bueno.

No me apure.

Estoy en eso. 


Ya lo voy a encontrar. O no.