martes, 1 de diciembre de 2020

Dios /I


Creo que hice lo que hay que hacer. Y eso hago.


Porque estuve repasando concienzudamente, para empezar, los Mandamientos y el Catecismo católico y no: no aparece por ningún lado.

No lo menta la King James de 1611, lo esquiva Voltaire, José Hernández no lo conoce. Ni figura en los rollos de Qumrán, ni en los más insignificantes midrashim. Ni la Torá, ni el Corán. Ni el Talmud. No está en Confuncio o Sun Tzu. Ni un raquítico haiku habla de él. No dice nada la tradición oral de los navajos ni de los seminola, los pawnee, los wichita. No figura en la tradición huichol o en los olmecas, o en las sagas de los tupí guaraníes, y no saben nada de él en la épica de los kasajos, la de los pastores afganos, y se lo ignora por completo alrededor del fuego en las planicies mongoles de Asia.

Me fui al diccionario de Cirlot y busqué algún símbolo, alguna huella fresca o seca, algo atávico, y nones: tampoco aparecía nada por el estilo.

Me metí en sitios tenebrosos, en algunos de esos de metafísica que les llaman, cosas de la espiritualidad enloquecida, adoradores de la albahaca, siervos del Gran Ciervo, alguna biblia vegana, los gurúes afectos a los raptos psicodélicos, los espiritismos de Aleister Crowley, consumidores de substancias, nigromantes, amantes de extravagancias, de esos que no aceptan cumplir 10 mandamientos, pero se obligan y obligan a cumplir mil. 

Hasta tuve que inocularme un par de horas de Claudio Domínguez, no me crea si no quiere...

Y no: no lo vi por ningún lado.

Y mire que hay bizarrías a pasto por todas partes. 

Pero no está. 

Están las mitologías nórdicas, relatos de los sabinos o de los pictos, ritos zulúes, antigüedades casi ignotas de Papúa, del Orinoco, ritos esotéricos en Creta o en el Titicaca, adoradores de Moloc, devotos de la Serpiente emplumada, pero ellos no lo registran. En las mil sectas hindúes no se ocupan de eso. Y no lo conocen las siete especies de druidas y no está su nombre en el Gran Árbol de los maoríes...

Me puse a urgar en una colección francesa de ateos insignes, vaya uno a saber. Y me leí páginas enteras de Lévy-Strauss, repasé Nippur de Lagash casi completo, memorias de Discépolo, revolví textos de Foucault, de Julio Verne (por las dudas...), apuntes de Roberto Arlt, la colección de Patoruzú y hasta por Borges anduve.

Y no.

Nada de nada.

Pensé que tal vez Gramsci o los hermanos Berbel, tal vez Engels, o Diderot, Leon Gieco o Góngora, quizá Chaucer, Estanislao del Campo, Abelardo, Dolina, Pasteur, las cartas de viaje de José Cadalso o los viajes del Che Guevara por la América profunda, o a ver si acaso lo guardaban en leyendas del créole haitiano, alguien, alguno, político, poeta, filósofo, antropólogo, chamán, no sé, lo que sea, cualquiera: una letra de chacarera, Tolstoi, alguien en las islas Feroe, en la Cueva de las manos, no sé, quién sabe, alguien que hubiera dejado algún rastro, alguna huella, una mísera pista...

Y por supuesto que busqué en la colección de El Gráfico, mientras oía al Pollo Vignolo, a Sebreli, al Titi Fernández, a Víctor Hugo (el uruguayo, no el de Los miserables, aunque no sé...)

Y no.

No encontré hasta ahora dónde y cómo y por qué nació el culto a Maradona.

Y entonces me puse a ver un poco más de cerca, a ver si podía sentir lo que se siente, o siquiera ver si me daba cuenta de qué hay que tener para que se pueda sentir lo que dicen que se siente. 

Y a ver si es verdad que existe el culto a Maradona y qué es. 

Y quién es.

Y no encuentro nada de nada. 

Pero en eso estoy.