viernes, 28 de agosto de 2015

Celebración del río


La copla cruzó la noche
bajo un silencio de luna
y en el río se dormía,
meciendo el agua profunda,
un viento que hinca los sauces
y silba una endecha muda.

Hay un coro de perfumes
de jazmines y de frutas
que, bajo estrellas candelas,
cantan, crecen y maduran;
se oye murmurar a un tala
y un ceibo, que es sangre pura,
sueña la luz de septiembre
que, aunque no llegó, ya alumbra.

Hay un niña morena
de tibia piel aceituna,
de mirada de coyuyos
brillantes como la espuma,
que se ilumina de río
en la flor de su cintura
cuando tersamente baila
su dicha en la orilla oscura,
descalza sobre la hierba,
suave su pie como pluma
de un ave feliz, que trina,
por amor, un aleluya.

Sobre la espalda del agua,
rítmicamente tozuda,
va la pala del botero
abriéndole una hendidura
tierna, como una caricia
sobre otra piel, fresca y bruna,
toda de blanco vestida,
suave como una llanura
que lo espera, danza y ríe,
celeste de cielo y suya.

Lo ve llegar sobre el río,
llega como su fortuna,
todo de noche enjaezado,
todo en silencio y bravura.

Lo ve riendo su hombría
y a ella le ríe su blusa,
mientras se acerca su bien
montando el agua lobuna.

Celebra el río y la noche,
el tala, el ceibo, los pumas,
y es una danza silvestre
de todas las creaturas
que por el monte despiertas,
mientras esperan, deambulan.

Celebra la niña el agua
que la voz que viene surca
y ya ve que va llegando
junto a la voz, la figura.

Ya llega el botero amando,
ya ríe su flor más pura;
y hay un abrazo de fuego
bajo un silencio de luna.