martes, 3 de diciembre de 2013

Yo

Volábamos sobre Centroamérica y hacía más de una hora que habíamos partido. Pasillo de por medio, viajaba un estudiante peruano que volvía a su patria para las vacaciones de Pascua.

Nos pusimos a conversar, primero de cosas sin importancia, como suele ser cuando se encuentran dos desconocidos. Con el tiempo, las cosas fueron calando más y más y le pasamos revista a casi todo, porque el joven era hombre sereno e ilustrado, pese a sus años. Lo cierto es que más allá de algunos asuntos de fútbol y otros más de historia, acordábamos en casi todo, lo que me sorprendió.

Pronto éramos bastante de confianza y mutuamente chanceábamos al otro con esto y aquello. En algún momento, hablamos de los argentinos (porque aprendí en América que, si hay un argentino, más tarde o más temprano hay algo para decirle, respecto de lo que es y de cómo es, de cómo somos...)

Una prueba de que no había mayor recelo en la conversación fue un chiste que me contó, no sin antes hacer el anuncio respetuoso de que iba a ser de argentinos, uno de los motivos favoritos de muchos en América, de México para abajo, y de los que mi compañero parecía saber una cantidad.

Resulta que un colombiano y un argentino vuelan juntos a Europa. Se conocieron en el mismo avión y trabaron pronto complicidades de viajeros sin nada que hacer. Ambos iban un poco a ver qué había allá. Cada uno con su modalidad, charlaban de esto y aquello hasta que el colombiano, de pronto, le dice a su compañero:

- Oye, vamos a llegar a Madrid en poco más y seguiremos juntos un tiempo, recorriendo, ¿a ti qué te parece mejor? ¿hablamos de vos o de ?

- Mirá, che, qué sé yo... A mí me da igual... Mientras hablemos de mí...