Es además un rione que está no lejos de Nápoles, sobre la bahía, y desde hace unos 90 años ya es parte de los suburbios de la ciudad.
Es nombre griego antiquísmo: Pausílypon, algo así como descanso de las preocupaciones o alivio en las penas o dolores, para otros. Tal vez la belleza del lugar, tal vez quién sabe qué cosa: lo cierto es que así se llama.
Cuando Ernesto Murolo y Ernesto Tagliaferri (famoso dúo de compositores) alumbraron en 1925 esta joya que traigo ahora, tal vez no estaban pensando del todo en el significado del nombre del bonito cabo, cosa entendible, claro está.
Pobre pescador de Pusilleco, con todo: ningún alivio parece tener ante la ausencia de María y su abandono. Sueña, melancólico, triste que María volverá. Boga y boga, noches de días y madrugadas de noches, sin consuelo, en un mar de abandono, por más que en torno todo es paz y belleza:
¡Ay, mar! ¡María me ha dejado y esta noche muero por ella…!
Pero, ¡silencio, corazón...! Esa sombra, allí en la orilla, ¿es ella? ¿Me llama? ¿Ha vuelto? ¿Eres tú? ¿Me amas? ¡Ah, si es un sueño, no quiero despertar...!
* * *
De las tantas que existen, tres versiones de esta canción hay que oír. Y no hay excusas.
Se puede empezar, con gran gusto, por la de Andrea Bocelli y seguir por la de su querido maestro, el desaparecido y todavía admirable Franco Corelli.
Pero.
Hasta que no se oyen la guitarra y la voz de Roberto Murolo... ¿Qué diré?: no hay canción, ni pescador, ni barca, ni mar, ni pena, ni esperanza, ni nostalgia, ni Pusilleco. Ni María.
Pobre pescador de Pusilleco, al fin de cuentas. Riesgos del mar.
Mientras voy a los cerros, los lagos y los bosques, y, Dios primero, vuelvo al tiro, lo dejo, cumpa, en esta agradable compañía.
Y más mientras todavía, no esté ocioso: vaya pensando, porque tal vez -dicho en términos simbólicos- uno de los peligros mayores que tiene el mar es, precisamente, la montaña.
Y más mientras todavía, no esté ocioso: vaya pensando, porque tal vez -dicho en términos simbólicos- uno de los peligros mayores que tiene el mar es, precisamente, la montaña.
Si es verdad, como dicen desde antiguo, que el mar es el emblema del mundo terrestre, temporal y carnal (en los dos sentidos) y la tierra firme -y la montaña, a fortiori-, la cifra del mundo celeste, espiritual y eterno.