miércoles, 25 de noviembre de 2009

Don José: In Paradisum

En la antigua Misa de Requiem, hay una antífona que se canta cuando el féretro sale de la capilla, tras los funerales, y va camino a la tumba.



El texto de la antífona, que se conoce por sus dos primeras palabras, dice:
In paradisum deducant te Angeli;
in tuo adventu suscipiant te Martyres,
et perducant te in civitatem sanctam Jerusalem.
Chorus Angelorum te suscipiant,
et cum Lazaro quondam paupere
aeternam habeas requiem.

Al paraíso te conduzcan los ángeles,
a tu llegada te reciban los mártires
y te conduzcan a la ciudad santa de Jerusalén.
El coro de los ángeles te reciba
y con Lázaro, el que fue pobre,
tengas el descanso eterno.
Con su mirada fresca, los ojos abiertos y festivos detrás de sus anteojos, su media sonrisa celebratoria, mi buen amigo habría celebrado y gustado estos versos. Ni una palabra de más, ni una de menos. Pero por cierto ningún párrafo de apologética por docena. Ni un discurso sociológico, comparativo, inmanentista, historiográfico o historicista. Es, al fin y al principio, una antífona. No es un cajón de fruta donde pararse. No es una bandera que haya que hacer ondear. Es una antífona.

Al salir de su propio funeral, ya en la calle, habría dado unos pasos firmes, erguido sin petulancia, cómodo en la existencia del cielo y de la tierra. Tanteando el bolsillo interior de su infaltable saco (el bolsillo cigarrero, claro…), habría hecho sus elegantes gestos mecánicos del fumador, y, acaso con una mirada de sorpresa, in media res, habría dicho: “¡Vive Dios! ¡Qué maravilla es esa antífona…!”

Y habría seguido muriéndose en paz. Hasta quedar completamente vivo.