jueves, 12 de noviembre de 2009

Hiin enkelte

El asunto es que, a como lo entiendo, el singular es el único que tiene permiso para estar por encima y por fuera de la ley. Y es el caso que no pide permiso, ni se le ocurre. Y es también el caso que no considera estar por encima ni por fuera de la ley, ni se le ocurre.

Entiéndalo como quiera, pero así lo entiendo yo. Y no estoy sólo.

Hablo aquí en términos kirkegord-castellánicos, por cierto.

Seguramente la cosa merece mayor desarrollo y detenimiento; hago ahora este apunte, nomás.

De modo que, mirándolo con algo de atención, creo que ese apetito de distinción y diferencia que todo hombre tiene -y que parece ser una raíz fuerte de la singularidad-, está siempre amenazado por la vanagloria, vicio capital según santo Tomás, con sus respectivas hijas (porque como todo cabeza de familia, cada vicio cabezal, tiene hijos…):
Como hemos visto (en la cuestión 118, a. 8), aquellos pecados que de suyo están ordenados al fin de un pecado capital se llaman sus hijas. Ahora bien: el fin de la vanagloria es la manifestación de la propia excelencia, como consta por lo antedicho (en los artículos 1 y 2 de esta cuestión). A lo cual puede el hombre tender de dos modos: primero, directamente, ya por palabras, y así tenemos la jactancia, ya por hechos, y entonces, si son verdaderos y dignos de alguna admiración, tenemos el afán de novedades, que los hombres suelen especialmente admirar, y si son ficticios, la hipocresía. Segundo, cuando uno trata de manifestar su excelencia indirectamente, dando a entender que no es inferior a otro. Y esto de cuatro formas: primera, en cuanto al entendimiento, y así tenemos la pertinacia, la cual hace al hombre aferrarse en exceso a su opinión sin dar crédito a otra mejor; segunda, en cuanto a la voluntad, y así tenemos la discordia, cuando no se quiere ceder ante la voluntad de los demás; tercera, en cuanto a las palabras, y así aparece la contienda, cuando se disputa con otro a gritos; cuarta, en cuanto a los hechos, y así se da la desobediencia, al no querer cumplir el mandato del superior.
Esto es el cuerpo del artículo 5 de la cuestión 132 de la II-II parte de la Suma Teológica, aunque para entender todo mejor hay que rastrear varios asuntos sobre la soberbia, sobre el irascible y el concupiscible y otras materias anejas.

En todo caso, a mí me parece nítido que estas 7 hijas de la vanagloria de algún modo se asocian a notas que tienen colores parecidos en el singular, en el hiin enkelte.

Tal vez será eso lo que hace que -por apetito desordenado de excelencia, es decir, por vanagloria- tantas veces cultivemos, muy orondos y con tanto denuedo y esmero, los vicios hijos de esta vanitas, con la semiplena certeza de que nos lo tenemos bien ganado y no se nos tiene que imputar a mal. Y eso porque somos singulares, qué tanto.

Apetito de gloria y de exclusividad, en cierto sentido lícito aunque no cuando está desordenado; apetito de excelencia, que a algunos los lleva a la santidad y a otros simplemente al dandysmo intelectual, espiritual.

La psique del hombre es compleja y está llena de recovecos. Y la de los que tienen por algún lado pasta de grandes, o eso se cree uno, lo es más. O puede serlo mucho más.

Y así se hace muy difícil saber quién es qué en cada caso y por qué.

Ahora bien.

Hasta para el más pintao, nada es más fácil que confundir aserrín con pan rallado, eso sí se lo garanto. Y muchas veces por vanagloria, fíjese lo que le digo.