miércoles, 24 de enero de 2007

Pero la carne...

Claro que al título anterior le falta la segunda parte: la carne es débil.

O flaca, o como quieran traducirlo del pasaje de la Oración en el huerto (Mt. 26, 37-45), que el sentido es el mismo.

El asunto es que la carne no es solamente la carne. El deseo, el placer, el dolor y aun el miedo, son de la carne, por supuesto. No estamos hablando de sexo, en todo caso. No creo que haya que pensar en carne, huesos y sangre, solamente. También carne es espíritu, digamos así. Porque hay incluso una forma carnal de entender las mismas cosas del sexo, que en los hombres es también signo de cosas altas. La carne es una expectativa del espíritu, más bien.

La cita sobre la debilidad de la carne, por ejemplo, la trae el capítulo (IV) dedicado a la oración, en el Catecismo. La Catena Aurea trae poco al respecto (por ejemplo, la causa acédica de la debilidad de nuestra carne...), pero bastante asociando los tres momentos de aquella oración de Jesús en Getsemaní y la actitud de los apóstoles que lo acompañaban.

Se hace más honda la cuestión -de la oración, de la historia y los hombres, de la Redención- si se lee al mismo tiempo aquella 'oración sacerdotal' que está en el capítulo 17 del evangelio de san Juan.

En fin.

Vayamos con calma. Lo que digo es que con frecuencia -se diría que casi siempre- hay bastante carnalidad en nuestro modo de ver y de hacer las cosas altas, pero también las cosas temporales e históricas. Formas carnales de evitar el dolor de la historia, de malversar incluso las alegrías de la historia, no solamente los dolores. Y la historia incluye la vida propia, la existencia personal.

Y eso no es porque estemos amasados en carne, huesos y sangre. Sino por una actitud del espíritu.