Empieza el año (y sí..., el año empieza cuando uno dice que empieza, de algún modo...)
Y empieza un año que se me hace tendrá su marca.
Ya lo sé: cada segundo, dirán, es como cada año: único. Sí. ¿Y? Puestos a ver, no me acuerdo mucho del '61, '62, del '67 o del '70 y me acuerdo muchísimo del '65 accidentado y un poco menos del '69. No tengo nada notable registrado en 1971 ó 1981 y parvas de cosas en el '73, tristes del '80 y miríadas en el '82 agridulce, otras en el '84, felices como en el '85, algunas en el '88 u '89, estotras en el '91...
¿Hay que seguir?
No hace falta.
Entonces.
Empieza el año.
Y, por lo pronto, por estas pampas será un año político y eso siempre es espinoso y difícil. Político quiere decir esa cosa que algunos estarán pensando. Exactamente. De modo que más de una vez se va a cruzar la madama política por aquí. Y no es que me haga feliz. No sé si no es preferible una madama de todas veras.
Me hice también al paso una lista de asuntos que vi por aquí y por allá.
Cuando llegue, llegará.
Con todo y eso, en estos días le solté las amarras a las cosas consabidas y me dediqué a oír pájaros (de afuera, del aire, de los árboles, del campo: de hogaño, diría...) Y pájaros de adentro. De antaño. Y con un poco apenas de información anduve curioseando el mundo, porque en la casa donde paraba los dueños 'recibían el diario' todos los días. Y así fue que volví a un viejo ejercicio de leer como una novela, como una saga, las cosas que pasan. A mí me divierte y me refresca sacarle la estúpida perspectiva melodramática o urgente que le ponen al día a día de las cosas nuevas y ajadas.
Un asunto, por ejemplo, fue seguir (como hacía hace años, ya me había olvidado...) los avisos fúnebres (que si no es así no leería jamás...) y tratar de ver las vidas detrás de los dos o tres centímetros promedio de escuetos sobrenombres, nombres, lamentos: criptogramas de cosas que pasan por detrás y por debajo del protocolo de la pena o de la pena.
Y cosas así.
No había 'máquina'. Sólo papel y poco. Buen signo.
Y mate. Y sol. El pasto descalzo. Atardeceres ventosos. Un excelente vino que tomé una tarde.
Y una fantástica quinta o huerta de la dueña de casa ausente, que proveyó tomates sabrosos, lechugas tintas, albahacas y romeros, acelgas y mentas. Mañanas suaves y morosas para hacer conservas de berenjenas y noches frescas para cocer viandas al carbón o a la madera.
No había que sacar fotos, por ejemplo. Bastaba caminar. Conversar. O callar. No hacer. Estar. Temprano, cuando todavía nadie estaba. Tarde, cuando ya no estaba nadie.
Pase lo que pasare hasta el próximo equinoccio, para cuando en unos 10 ó 20 años mire para atrás, algo será seguro. Al fin y por ahora, diría que habrá sido ciertamente el verano de la albahaca.
¿Poca cosa? No sé.
Habría que ver lo que era esa albahaca.