viernes, 22 de septiembre de 2006

Chopos del Arlanzón

Diego Navarro le escribió este soneto a un árbol a la vera de un río. Y lo bien que hizo...
A un Chopo,
sobre las barandas del Arlanzón

Novio del agua virgen y soltera
apunta al alto cielo de Rodrigo;
verde Cid, centinela monta al trigo,
Narciso delgadísimo que fuera.
No en estanque, sí en viento, si en ribera,
cuello es de miel, de garza y sol testigo:
ciprés sin luto, magistral y amigo,
engarza al sueño luna verdadera.
Ni la cigarra catedral le hace,
ni el viento ruiseñor. Suda su muerte
sobre el polvo apretado del camino.
Y azul y nube, río y viento pace
alimentando la pasión inerte
de dar su aguja al querubín más fino.
Es de una tensión poco común.

Creo que la palabra es tensión, sí. Y me parece que, ya que un árbol junto a un río no es tenso, la sintaxis es la causa de ese estado de alerta, de ese nervio.

Salvo el último terceto, que, por otra parte, es el que menos me gusta (y el último verso, casi nada...)

Tiene que ser una irreverencia que los dioses castigan duro la petulancia de ponerse a cambiarle a un poeta los versos.

Qué remedio. Tengo que ponerme en guardia para ver por dónde me llegará el castigo, entonces.